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La bondad en Bangkok

29 de Julio del 2017 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

Todo el mundo sabe que Bangkok es el paraíso de la noche, del amor y del espectáculo, y que el visitante que no participe de la fiesta parece tonto o como si no hubiera estado en la ciudad. Pero quien esto escribe participa del dicho “dame pan y llámame tonto”, y puede asegurar que toda una hogaza de rico pan de leña encontró allí para dar de comer a un hambriento.

Su breve estancia en Bangkok estuvo presidida por la enteritis, la salmonela, el sulfatiazol-neomicina, la deshidratación, la rehidratación, el Gran Palacio, el Templo de la Aurora, las barcazas reales, los tenderetes y el buen chinito con quien trabó contacto al pasar.

Tras un apresurado recorrido cargando agua en el zurrón y con la colerina en curso, recala el viajero en el restaurante Maharaj para reponerse. El chinito se alegra de que haya vuelto e insiste en que se acomode aunque no tome nada. Bonita visita sobre el río Chao Praya. Le trae un té inglés y otro chino. A cambio les deja una seguidilla de salmonelas, en un escusado sin cisterna pero con un depósito de agua y un cubo al lado para limpieza a chorro. El sediento vuelve a sus múltiples tés. Quiere pagarlos y le piden 10 bats; es un precio simbólico, una donación. Confiesa no poder comer. ¡Que se siente y que esté todo el tiempo que quiera! El dinámico chinito le sigue trayendo tés, pero al ver que le ha dejado otros 10 bats, le dice afable “¡guarde el dinero!”, y se lo mete risueño en el bolsillo de la camisa. El disentérico sigue sin tomar otra cosa que comprimidos y decide marchar. Amnat queda en avisarle cuando se acerque el barco que, entre muchos, es el que también parará en tal embarcadero; pasan tantos que piensa que el chinito bueno no se va a enterar, pues no cesa de trasegar bandejas. Pero cuando llega el adecuado, le avisa a tiempo. Minutos después el visitante navega frente al local; el chinito le ve y agita su mano en señal de amistosa despedida.

Ya en el hotel del aeropuerto y con el petate listo, el viajero recuerda el dicho budista de que “la bondad, el ser bondadoso, favorece la salud”; ignora si el chinito lo conoce, pero no duda de que su salud es excelente. Le cursa una carta sin remite: “Hoy en el Maharaj la bondad me dejó su huella al pasar”.

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