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Incierto porvenir

13 de Agosto del 2017 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Mentar la soga en casa del ahorcado no es nada agradable. No gusta a nadie. Es de mal augurio. Todo el mundo procura no verse en esas tesituras. Mejor es meter la cabeza debajo del ala y seguir adelante. Sin pensar demasiado. Es lo más cómodo. Pero hay veces que necesidad obliga, no quedando otro remedio más que decirlo alto y claro. Y es que en la nueva España globalizada que nos toca vivir actualmente, en pocos años las cosas han cambiado del blanco al negro. Lo que es en materia comercial, estos cambios afectan diariamente a multitud de productos, pero muy concretamente al sistema seguido por los consumidores a la hora de adquirir bienes de todo tipo para su consumo.

En nuestras casi diarias tertulias, digo “casi”, porque con el buen invierno, con la magnífica primavera y con el verano suave que nos toca y tenemos la suerte de disfrutar con gusto y sin más aspiraciones los nativos de por aquí, pocos días fallamos a la cita marcada. Pues bien, nuestro amigo jubilado, Bras, nos dijo ayer:

“¿No os habéis fijado en que todos los días podemos ver alrededor de donde estamos ubicados pasando el rato cantidad de furgonetas de reparto a domicilio? Están dedicadas al transporte minorista puerta a puerta. Incluso alguno sin nombre en sus flancos. Reparten a toda prisa, toda clase de mercancías para el consumo de personas y mascotas: viajes, vuelos, libros, electrodomésticos, comestibles, incluso menús de comida preparada y hasta medicinas para personas y animales. Ahora ya, algunas empresas gordas de la distribución, ofrecen mandar hasta el propio domicilio del consumidor prendas de vestir y calzar a prueba antes de comprarlas en firme, sin compromiso alguno. Mis nietos hay veces que se compran por internet algún producto, por muy pocos euros, y se lo envían a la puerta de casa sin coste añadido alguno. Encima te sonríen haciéndote guiños virtuales, dándote la oportunidad de devolverlo sin gastos, sustituyéndolo por uno nuevo o reintegrándote el dinero si es que no te gusta lo adquirido, para más tarde preguntarte, electrónicamente, si estás contento”.

Bras tira de chuleta y sigue rajando: sabido es que este tipo de consumo crece exponencialmente día a día. Según cifras oficiales, si en 2007 se compraron en España casi 6.000 millones de euros a tiendas virtuales, ahora ya estamos rozando los 20.000 millones al año. Parece ser que la realidad nos hace ver que compramos más; unos 800 euros/por habitante y año –eso sería casi el doble de lo indicado oficialmente– y, sin embargo, nosotros, los amigos de Bras y él mismo incluido, nunca hemos comprado nada por esos medios y, además, coincidimos que preferimos comprar donde siempre o hicimos. Está claro que las ventas por internet crecen día a día, aumentando cada vez más rápidamente: más informática doméstica aplicada, menos ventas para el pequeño y sufrido comercio.

Los pequeños comercios, tanto de pueblo como de ciudad, desde los pasados años setenta evolucionan y procuran adaptarse a las circunstancias, pero, a pesar de todos los esfuerzos, muchos fueron desapareciendo, fagocitados por las llamadas grandes superficies cada día más especializadas. Pero siempre puede surgir algo peor y, ahora, el gran problema es el creciente comercio que hace uso de las redes para extender sus tentáculos y llegar a todos los rincones haciendo caer con facilidad en sus redes al público que maneja estos medios; es decir, al más joven. Los últimos diez años vemos que, a pesar de aumentar el consumo, los pequeños comercios no consiguieron elevar el número ni, mucho menos, las cifras de sus ventas. Está claro que a muy corto plazo los que no se adapten a vender por los medios virtuales seguirán desapareciendo. Sin embargo, en las cifras macroeconómicas seguro que todo irá a mejor; es decir, nuestros gobernantes presumirán diciéndonos que aumenta el consumo, que mejora la economía, que crece el empleo en el sector. Eso sí, a costa de desaparecer centenares de puntos de venta que actualmente dan miles de puestos de trabajo y vida en las zonas más desfavorecidas; en beneficio de los fríos y grandes polígonos situados en el centro peninsular, desde donde pueden actuar distribuyendo, controlando y exterminando a toda la competencia.

Nuestro amigo termina sentenciando: “Si esto sigue así nos repartirán las mercancías, además de por los medios habituales actuales, mediante la ayuda de drones –como ya vemos ejemplos en los medios de difusión– y, tal vez, quién sabe, si por otros medios más sofisticados. Seguramente sin estar muy lejos de hacerlo –según me contaron mis nietos– por medio de ondas o recibiendo la mercancía por email para, desde ese medio, imprimirla en 3D y proceder a su consumo para quedar muy contentos y volver a repetir el ciclo. No me cabe ninguna duda de que los pequeños comercios para subsistir, o mucho se especializan mimando, contemplando y complaciendo al cliente en todas sus aspiraciones y deseos o, lo mismo que la bolsa de las pensiones, acabarán desapareciendo. A propósito de la bolsa de las pensiones, según las informaciones a nuestro alcance acabará su saldo positivo a finales de año; lo que nos hace llegar a la sencilla conclusión de que se le retira más de lo que se le ingresa –saco del que sólo se quita, pronto le ve el fondo–. El pequeño comercio no sé cómo se las arreglará para no desaparecer. La bolsa de las pensiones, todo parece indicar, lo tiene más fácil. Se rellenará con un nuevo impuesto que, visto lo visto, ya está asomando a la vuelta de la esquina. Veremos a quién le toca pagarlo”.

La verdad es que este Bras siempre nos deja una amarga guinda al término de nuestras tertulias, fastidiándonos, disgustándonos, preocupándonos y conduciéndonos a la egoísta situación a la que casi siempre llegamos los humanos jubilados: a nosotros que nos sigan pagando nuestras pensiones.

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