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Dunkerque: el primer arte como elevación de Nolan

31 de Julio del 2017 - Javier Suárez Piedralba (Piedrasblancas)

Nolan es conocido por saber adaptarse a los nuevos tiempos, razón por la que tiene tantos defensores como detractores. Su conjugación de lo que satisface y lo que enriquece le ha llevado a ser catalogado con la extraña etiqueta de “director de método comercial”. Etiqueta que lleva con orgullo, quizás excesivo por su pretencioso carácter, plasmado en sus trabajos, al constituirse como uno de los faros del cine de este siglo. Por vez primera, y de forma tramposa, rompe su equilibrio entre el método y lo comercial, sumergiéndonos en una película de cualidades experimentales que ahonda en lo artístico de un concepto tan filosófico como es la angustia. Se antepone el hacer sentir al entretenimiento, pero no se deja de lado el instinto empresarial de Nolan, ya que en la pragmática de la elaboración final de su película recurre a elementos que imposibilitan las salas vacías por descontento o aburrimiento de una sociedad tan visual y dinámica: la mano de Hans Zimmer, un reparto de actores popular y una película de menos de dos horas de duración; el tedio se limita al sufrimiento reflejado en su historia.

Sin duda, el tiempo juega un papel fundamental, pues se muestra de forma tripartita al anteponerse la realidad desesperante de tres perspectivas según su medio: tierra, agua y aire. Además, la película, pese a mantenernos en una vorágine de vacío por la angustia de un terror vivencial, aparentemente sin fin, va a contrarreloj: compite contra sí misma por su corta duración, contra el clímax inacabado de su tensión perpetua y contra los tiempos que corren. Con esta película Nolan da muchas lecciones, mostrando que se puede ser tan ducho en cine como en siglo XXI. Los tintes comerciales permanecen pero sus metas son otras: realizar un proyecto artístico, y no una buena historia. Siempre ha sido juzgado por su necesidad de contar con pelos y señales el núcleo de sus tramas, pero esta vez se acerca más a la mudez por la explicitación de la imagen, elevada gracias a la tensión musical constantemente cronometrada en nuestras mentes.

Los personajes son contingentes, como pequeños y desconocidos artesanos de heroicidad, pues lo importante es la situación envolvente que se narra. Tal es la angustia reflejada en este drama bélico que se constituye más como un thriller que como una película de guerra. Éste es el mayor logro narrativo de Nolan, ya que construye una película bélica sin ideología y sin patriotismos folclóricos. La principal razón está en su falta de morbo, ya que no pone cara al enemigo, conocido por todos y mitificado por las ficciones. La ausencia del poder estético de los nazis eleva el drama a una experiencia personal que es ajena de bandos y de consecuencias históricas. La supervivencia se torna en victoria ante la presión existencial de una situación límite como es la batalla perdida sin posibilidad de escapar, que hace que el discurso final de Churchill sea un deje de Nolan, por contar redundantemente lo que se percibe, más que una constatación histórica del elocuente político inglés.

Nolan quizás sea el creador del “género vintage” en el cine de arte puro, al no caer en anticuarios o nostalgias de mente cerrada. Como poco, y así lo avala su controvertida figura respaldada por las recaudaciones y la crítica, es un constante arriesgado que revitaliza géneros en época de crisis cinematográfica a través de sus metamorfosis. ¿Rebaja el cine de autor o eleva el “blockbuste”? Opinar sobre ello sería tendencioso y muy subjetivo, pero si alguien se ha ganado un lugar de consideración en el mundo del cine es porque ha entendido el medio en el que trabaja y el contexto de la época en la que lo hace. Hay que agradecer siempre que se nos recuerde que la experiencia sensorial está por encima del maquillaje emocional de los efectos especiales, y Nolan lo ha hecho con esta película: su primera obra de arte y su undécima película notablemente entretenida.

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