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Alma, simbiosis y evolución

7 de Agosto del 2017 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Los arquetipos de Carl G. Jung, las razonadas concepciones matemáticas de Norbert Wiener, las inteligentes puntualizaciones sobre la vida de Lynn Margulis, los inquebrantables principios éticos para con el prójimo que nos transmitió Jesús de Nazaret. Todos ellos, junto a los demás logros heredados, son la base para afrontar el siglo XXI. Un siglo que nos llevará a otro plano de la Historia sin cambiar su evolución: «No penséis que vine para abolir la ley o los profetas; no vine a abolirla, sino a perfeccionarla»: ése es el sentido de la evolución. Este universo surgió de una cabeza de alfiler hace 14 mil millones de años; comenzaron a transmitirse los logros de la Humanidad en forma de escritos hace 4.000 años; la semilla, como un grano de mostaza, se sembró hace 2.000 años. Durante el último cuarto de siglo he mantenido a un bichito llamado kéfir, que se alimenta y vive en la leche que le renuevo. Según Lynn Margulis en «Del Kéfir a la muerte», es un fósil viviente de la evolución al sexo y la mortalidad. Una simbiogénesis de bacterias asexuadas, sin fecha de caducidad, con hongos que sí la tienen; que trajo: «sexo con fecundación y muerte en un momento dado». Tal implementación permitió una mutación en cada generación. Más tarde, los mamíferos heredaron la Tierra y los seres humanos, descendientes de una chimpancé con problemas de gestación, comenzaron a transmitir, no sólo su genoma, sino sus conocimientos para descubrir e interpretar el mundo. Genoma y conocimientos, simbióticamente, evolucionaron hasta crear la hibridación global actual: un planeta Tierra que aún no percibe que es un grumo simbiótico (único en su capacidad para albergar a la Humanidad) que busca un reino de armonía dentro del universo.

La transmisión del conocimiento y el desarrollo tecnológico de aplicaciones, permitió conocer y abarcar el mundo. Ahora ese conocimiento se almacenan en memorias tecnológicas con accesibilidad. La tecnología no sólo almacena datos, sino que los ordena según procesos por medio de algoritmos. Pero la complejidad de tales algoritmos, o el gran número de ellos, permite la elección según sea la cambiante información de los macro-datos. Esto hace que sea posible una inteligencia artificial similar a la humana: una IA capaz de aprender por sí misma, pero sin conciencia ni arrepentimiento por sus decisiones: sólo da respuesta a un estímulo sensor que motiva su acción o conducta. Como ven, Gaia ya tiene compañía. ¿Intuyó Carl G. Jung tal evolución?: «Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma». Una transformación está a punto de poder ocurrir en la Historia y la Humanidad podría negarse. La actividad emprendedora y cooperante se va a incrementar, pues hay mucho trabajo por hacer con todos, y para todos: pero es preciso cambiar las estructuras conceptuales del trabajo. El ser simbiótico: mente humana, inteligencia artificial y máquinas robóticas, será un hecho a corto plazo y permitirá un progreso sólo vagamente intuido, pero que llegará a ser real. La energía de fusión nuclear nos librará de la dependencia destructiva que lleva al cambio climático. Esto pondrá en agresiva guardia a quienes sientan la frustración económica conservadora del CO2, y su huella: mentalidades inmovilistas que no quieren cambios y han empezado a impedirlos. Es necesaria la empatía activa hacia quien más sufre los cambios: el prójimo. O se heredará la falta de empatía de la no simbiosis: el infierno de la maldad, como un pentimento sobre el paraíso abandonado.

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