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Los que no tenemos voz

13 de Agosto del 2017 - Carlos García Fernández (Avilés)

La violencia contra la mujer, en cualquiera de sus formas, es algo execrable, como lo es el empleo de una superioridad física, indiferencia emocional o posición de poder para maltratar o dañar a otro ser humano.

Ningún ser humano por razón de sexo, edad o condición sexual es bueno o malo. Sólo los actos que cometen hacen que se les consideren buenos o malos dentro de un código moral más o menos definido.

Cuando como sociedad tratamos de proteger a unas víctimas mientras nos desentendemos de otras estamos creando un precedente peligroso. Dentro de la violencia de género se está transmitiendo la idea de que la mujer es siempre la parte débil, que siempre hay que protegerla por encima del varón.

Una separación sentimental suele traer consigo sentimientos y emociones de todo tipo. Entre ellos pueden aparecer la ira, el odio o el deseo de venganza. Cuando una persona siente que tiene más poder que el otro estas emociones, si no son reguladas o canalizadas adecuadamente, pueden conllevar acciones que se deben considerar moralmente deleznables.

Es un hecho irrefutable que en los divorcios, en lo que a legislación se refiere, las mujeres disfrutan de mucha más protección que el hombre. Esto permite que un número indeterminado de ellas pueda canalizar dichas emociones negativas hacia su pareja a través del sistema legal, a sabiendas que en caso de demostrarse la falsedad no sufrirán ningún tipo de represalia.

Aunque pueda parecer increíble no todos los exmaridos odian a sus antiguas parejas o tienen la vida destrozada por un divorcio. Muchos sólo queremos seguir con nuestra vida con ilusión y dejar atrás una etapa que pudo haber sido más o menos satisfactoria. También muchos queremos seguir siendo padres y no visitadores, pero no por ahorrarnos la pensión, sino por amor a nuestros hijos, amor que sólo un padre o una madre pueden sentir.

La ley, en muchos casos, ampara el insulto, la injuria, la calumnia o las vejaciones que algunas mujeres emplean para dañar injustificadamente a sus exparejas y hacerles pasar por incapaces de cuidar a sus hijos. En algunos casos incluso se separan a padres de hijos hasta la aparición del auto de medidas provisionales o más tiempo aún sin la menor repercusión por ello.

Cuando se demuestra de manera fehaciente que un hombre ha maltratado a una mujer debería caer sobre él todo el peso de la ley. De la misma manera, cuando se demuestra de manera fehaciente que una mujer ha hecho uso del sistema legal para injuriar, calumniar o separar a un padre de sus hijos de manera injusta, debería caer todo el peso de la ley sobre esa mujer.

Nosotros, los olvidados, los que nos divorciamos de nuestros hijos sin quererlo, los injuriados y calumniados sin reparación alguna también existimos, también sentimos como ellas, también lloramos por nuestros hijos como ellas. También nos duelen las injusticias, como a ellas. ¿Acaso no tenemos derecho a ser tratados con respeto, con dignidad, con equidad? La respuesta hasta ahora es que no, pero nuestra voz es silenciosa, como los colonizados, como un grito en el desierto, como los parias cuya mera presencia incomoda.

Mientras tanto somos muchos los que esperamos a que esta lacerante situación llegue a su fin, y a que la señora Justicia, por fin, haga acto de presencia.

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