Una revolucionaria con pedigrí
La señora Levy, ínclita representante del PP que nos administra, se ha quitado definitivamente la máscara y ha reconocido públicamente que es una revolucionaria. He dicho máscara, no mascarilla, facial, que es a lo más que puede llegar esta niña bien en asuntos revolucionarios. Añadiría, además, que mejor para ella, pues el estilo del revolucionario tipo, su etiqueta, por así decir, es acabar mal, muy mal. Por ejemplo, Jesucristo, un revolucionario clavado en unos maderos por andar diciendo que todos somos iguales y cosas así. La lista es larga; Mandela, Gandhi, Emmeline Pankhurst, Luther King... todos chuparon calabozo como mínimo, es lo que tiene ir contra el sistema.
Se apoya en un libro que dice haber leído: "La casa de Bernarda Alba", así de simple, uno se lee un libro y ya es revolucionario, o ácrata, o pintor surrealista, a saber. Nada de adentrarse en lecturas, reflexiones, debates. Nada de avanzar por unos caminos, desandarlos, compartir. Nada de una experiencia vital plagada de errores, sinsabores y alegrías. Nada de compartir con iguales y encarar a desiguales... nada, ésta se lee un libro, o su prólogo, y ya es toda una revolucionaria. Ignoro si se imagina a sí misma con cananas, botas de montar, sombrero raído de fieltro y unos pantalones de loneta, tan mona ella, arengando a una masa fiel, embebida de su carisma irresistible, una reina, como Galadriel, hermosa y terrible a la que todos amarán y temerán apasionadamente.
Alguien debería aclararle el significado del vocablo, pasar del rosa palo al bermellón con la laca de uñas es atrevido, pero no revolucionario. Cabría recordarle que milita y representa a un partido tan alejado de cualquier aspecto revolucionario como de la estrella Arturo. Un partido que mantiene enterrado en una cuneta al autor de su libro inspirador, asesinado por maricón y rojo, señora Levy.
Zapatero a tus zapatos. A mi ni siquiera me ofende que diga tonterías, a estas alturas uno ya está vacunado, realmente, lo que me incita a meditar es el nivel de mediocridad alcanzado por esta sociedad, en la que cualquiera se siente solidario por poner un lacito en el estado de guasap o, como en el ejemplo, revolucionario por haber visto una representación de teatro de fin de curso de algún sobrino. O así.
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