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Entre el halago y la adulación

1 de Septiembre del 2017 - José Antonio Coppen Fernández

Hay que reconocerlo sin paliativos, el halago es capaz de levantar el ánimo al más decaído. Inmediatamente después debemos añadir que hay que merecerlos para que no sean engaños y tengan efectos aduladores. En su justa medida, el halago merecido es muy gratificante para quien lo recibe y noble para quien lo emite; mientras que la adulación es una moneda falsa que empobrece a quien la recibe y denigra a quien la practica.

Ahora bien, no es fácil discernir entre lo halagador y la adulación, ya que existe entre ambos una línea roja casi imperceptible para poder distinguir los verdaderos propósitos de quienes los pronuncian. Quien más quien menos se habrá encontrado con verdaderos artistas en disfrazar la adulación de elogios sinceros. Debemos de huir de los elogios, pero hemos de tratar de merecerlos.

Es aconsejable huir de los profesionales de la adulación, que los hay en abundancia, si se presenta la ocasión de rentabilizarla. Y es muy curioso que ni hacen por disimularlo porque se engañan o aparentan engañarse a sí mismos. Tan presto hay que huir de los aduladores como de los envidiosos, con la diferencia que aquél persigue el objetivo de prebendas, mientras que el envidioso desea el mal ajeno. Aquél huye de su presa cuando considera que ya no le va a reportar ningún beneficio; el envidioso, al margen que su conducta, es una declaración de inferioridad, fácilmente se delata, aunque pretenda disfrazarse de hermana de la caridad. La envidia, en vez de placer y alegría, sólo produce dolor y tristeza a quien la sufre.

Sin más dilaciones, advirtamos que los aduladores no son los únicos responsables de su labor almibarada, pues el menos vanidoso de los hombres no es completamente insensible a la adulación, ya que siempre puede pensar que algo hay de verdad en los méritos que se le atribuyen. Y para completar la faena, digamos que quien hace caso de aduladores, en el pecado lleva la penitencia, ya que seguro acabará pagando el haberse dejado engañar.

He aquí algunos apuntes sobre la demostración de afecto o alabanza: aunque la dulzura halaga, la mucha miel empalaga. Seas parco en elogiar, y más parco todavía en vituperar (Séneca). Intenta ser tal y como los aduladores te pintan (Horacio). Como una sólida roca no se mueve con el viento, así el sabio permanece imperturbable ante la calumnia y el halago (Buda).

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