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Atentados en Cataluña

4 de Septiembre del 2017 - Laura María López Varona (Cangas de Onís)

En el otoño de 1805, daba Pitt una comida de campo a la que asistían varios de sus amigos. Entre tanto le llegó un nota en que se anunciaba la rendición de Mack en Ulma con cuarenta mil hombres, y la marcha de Napoleón sobre Viena. Comunicó entonces la funesta noticia a sus amigos, quienes al oírla exclamaron: "todo está perdido, no hay remedio contra Napoleón". "Sí lo hay, y es España", replicó él. Tanta era la importancia que daba este profundo estadista a España, tanto lo que esperaba de ella; nada menos que conseguir lo que no podían todos los esfuerzos de todos los gabinetes europeos: derrocar a Napoleón, libertar a Europa.

Tras los atentados en Cataluña, mucho hay que esperar del buen sentido de la nación española, mucho hay que prometerse de su proverbial gravedad, aumentada además con tanto infortunio. Pero entre tanto es importante que los políticos, que están viendo desgarradas las entrañas de su patria, atacada a sangre fría, tan violenta y cobardemente, obren concertados para impedir que el fanatismo islámico siga esparciendo en nuestro suelo su funesta semilla. Y ello pasa por advertir el triste fenómeno de querer los gobernantes torcer a viva fuerza el entendimiento del pueblo, de modo que aquello que se desvíe de la política sea culpado de racista, de insidiosa sugestión o de conjuración urdida por la intolerancia.

Y no es por cierto la tolerancia lo que hemos importado del extranjero; pues esta existe en España, y tan amplia que nadie recela aquí de ser perseguido, ni aún molestado en sus opiniones religiosas. El pretexto de aclimatar en nuestro suelo el espíritu de tolerancia es precisamente lo que ha propiciado que los terroristas, pertrechándose de todo lo necesario para alcanzar predominio, nos destruyan. Se nos han presentado en ademán modesto, reclamando tan solo habitación en nombre de la hospitalidad; pero no falta disfraz que encubra la perversidad de sus intenciones, y bien pronto les hemos visto acrecentar su osadía y disputar a palmos nuestro suelo, nuestras grandes y generosas leyes, nuestros hábitos, usos y costumbres y nuestro valor, que guarda la cueva de Covadonga, enseña de nuestro estandarte en una lucha de ocho siglos con el formidable poder de la Media Luna.

Es preciso no olvidar que tratándose de religión, no puede contarse España con la frialdad e indiferencia que en caso de conflicto manifestarían en la actualidad otras naciones europeas: en estas han perdido los sentimientos religiosos mucha fuerza, pero en España son todavía muy hondos, muy vivos, muy enérgicos: y el día en que se combatiera de frente, sin rebozo, se sentiría un sacudimiento tan universal y recio como aquel que alentó a los guerreros asturianos, pues nada puede quebrantar el lazo que a ellos nos une, ni hacernos indigna prole de tan heroicos varones.

Ánimo, pues, para colocar de nuevo a esta nación en el alto rango que sus virtudes merecen.

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