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La vulnerabilidad actual de la caza

1 de Septiembre del 2017 - EDUARDO BROS MARTÍNEZ (Oviedo)

La caza atraviesa la más delicada de las situaciones posibles en uno de los peores escenarios en cuanto se refiere a su reconocimiento por la población urbana, fundamentalmente, de sus señas de identidad más tradicionales. Un populismo básicamente "tribal", mediante un procedimiento decadente en las formas, ha hecho posible desde plataformas expansivas de inspiración publicitaria y consignas graves toda una reválida superior de cómo modificar la realidad para adecuarla a su ideología de efecto íntimidante y enardecedor.

En una línea de lógico razonamiento podría deducirse que la fragilidad interna de la caza española se manifiesta desde distintas posiciones. Principalmente ha tenido sus orígenes en una demostrada insolvencia de sus instituciones y gestoras para contrarrestar las poderosas campañas de descrédito que sus contrarios vierten hacia ella. Cualquier pasividad es culpable de ir minando a diario el valor que la caza representa para el conjunto de la sociedad.

Pero no es la única referencia para considerarla en estado vulnerable. Confirma la escasa fuerza del sector en este sentido, un proceso judicial requerido a instancia de la Oficina Nacional de la Caza, entidad jurídica, la cual presentó querella contra un determinado partido político de versión animalista, por graves injurias y ofensas al mundo de la venatoria, habiendo derivado su resolución final en un sobreseimiento de la causa. Por lo tanto, al parecer, quedan supuestamente innocuos los conceptos denigratorios, deseos espurios, amenazas verbales y físicas que se han difundido y se puedan transmitir en lo sucesivo contra los cazadores.

Existe en distintos medios temáticos, un prototipo de ceremonial publicista, puro exhibicionismo de una farsa, en donde queda reflejada una versión anacrónica, sin analogía alguna con los valores que ostenta y difunde el régimen cinegético de uso ordinario. Es la llamada caza comercial, en donde con cierta asiduidad se acunan escenas de dudosa ética, cargadas de presuntuosidad, expuestas para escenificar secuencias petulantes de algún que otro individuo henchido de "gloria", que dice ser y sentirse cazador; nada más lejos de la realidad. Es el "caldo de cultivo perfecto" que facilita descapitalizar el eco creador de una actividad que gestiona recursos naturales de aprovechamiento sostenible (fauna cinegética), con gran responsabilidad y eficacia.

Si a esto unimos la escasa convicción por temor a significarse que tienen aquellas personas que se dedican a realizar actividades políticas cuando de hablar de caza se trata, nos encontramos con una desesperanza proveniente de la deslealtad de estos llamados servidores públicos que sin embargo cazan mucho formando parte del sistema, pero que no dan la cara por él. Se relacionan bien con sus compañeros de partida; parecen solidarios cuando asienten con el grupo en la conveniente defensa de los problemas que acucian al sector, no obstante, guardan silencio absoluto; no se les identifica hablando abiertamente, en los estrados de los oradores, escenario de sus discursos y en medios de opinión generalistas; nada digamos de los temáticos. El motivo del felón comportamiento pudiera estar cimentado en la deriva de su propia conveniencia. La caza en la actualidad no es motivo que consideran se pueda identificar como un ejercicio de gran validez, por una gran parte de la ciudadanía, y, en ese contexto de antipatía, ritual programado de una confusión dirigida, a muchos políticos-cazadores les "caen los anillos" asociarse y asomarse al sistema reivindicativo.

Evidentemente, no toda la culpa es de los demás. En el seno de la caza social nos encontramos en ciertos momentos con versiones contra natura de su práctica, relacionadas en estrecho vínculo con la infracción administrativa o el delito. De este tipo de actos reprochables no se ha hecho la oportuna autocrítica; carece el gremio de los cazadores de este resorte humanista. Un formulismo pendiente de resolver.

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