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Las carencias necesarias

22 de Agosto del 2017 - José Luis Peira (Oviedo)

Leo la carta de un avezado lector, como se diría antaño, en la que ilustra con enorme acierto las miserias culturales de los fascismos. Personalmente suscribo todas y cada una de las comas, acentos y hasta espacios en blanco de la carta. Nada que agregar, por mi parte. Aunque, bien pensado y dejándome llevar por las tripas, podría añadir algo, no por ampliar pero sí por darle otro tono, más burlesco acaso y, espero, con parecido acierto.

No hace tanto tiempo ciertos líderes regionales que sin dudas se estaban saltando la medicación prescrita esgrimían como argumento de peso la singularidad de un RH particular y patrio, mientras que otros, o los mismos, y en idéntico hilo, añadían que su secuencia genética se remontaba a trescientos mil años atrás, o sea, bastante antes del “Homo sapiens”, chúpate ésa.

Se ve que la receta de todo esto de los nacionalismos, las patrias y también, como lamentablemente comprobamos cada tanto, los fanatismos de toda índole, requiere unos ingredientes imprescindibles, luego cada cual puede ponerle su toque de aderezo según comarcas. Es necesario uno o varios iluminados que pongan de manifiesto y a las claras la cosa de los hechos diferenciales, como que aquí se corre a las vaquillas con boina y los de allí después de misa, cosas así, determinantes y de peligro mortal. Pero sobre todo, y más que nada, se necesita, como bien señala el mencionado lector, una ignorancia supina y acrítica de la grey, para acatar sin mucha meditación lo sancionado y poder actuar como un soldadito plomizo en loor de la causa.

Poco importa si quien lo dice es un analfabeto, un cantamañanas o un borrachuzo, o las tres al tiempo. El caso es que lo diga. Y sin contraste crítico, a lo que ayudan las carencias educativas, cualquier charlatán puede sentenciar que la Luna es cuadrada y será asumido por unos cuantos. Ése es el drama.

Quien sigue a una cabra encontrará el abismo, quien sigue a un burro volverá a casa, es una reflexión que algunos necesitarían considerar de inmediato. Como también la sentencia de Wilde, Oscar, quien afirma que el que no piensa por sí mismo no piensa en absoluto. Sin embargo y por no salirme de esa estrechez de los nacionalismos me acomodo más a Einstein, que los definió como una enfermedad infantil, el sarampión de la humanidad.

Urge difundir que los muros, cualesquiera que sean, no nos aíslan de los peligros, sino del conocimiento.

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