Miedo

30 de Agosto del 2017 - Julio Luis Bueno de las Heras (Oviedo)

Yo tengo miedo. Y dolor. Y odio.

De nada sirve decirlo y quizás a nadie importa. Pero me presta desahogarme. Probablemente sea poco cristiano lo del odio y, seguramente, confesar miedo sea políticamente incorrecto; pero, al menos, reconocer cínicamente mis alícuotas de cobardía, de ineficacia, de impotencia y de desesperanza de ciudadano anónimo, y hacerlo sin tratar de instrumentalizarlas, enmascararlas, dignificarlas o sublimarlas con autocomplacencia, victimismo corderil, liturgias buenistas, impostación e hipocresía, me sirve de vacuna para seguir a lo mío, hasta ahora tomando el sol y otra de gambas entre culín y culín, y, luego, pues como el resto de la gente, de la masa o de la plebe, a mirar para otro lado, confiando en la estadística hasta que los canallas llamen a mi puerta. Vieja terapia de avestruz.

En estos casos, cualquier maestro jedi que se precie recomendaría a sus pequeños saltamontes cuidarse de las sombras contaminantes y pervertidoras del lado oscuro que siguen al shock que causa todo crimen odioso (ya saben, habrá que buscar al auténtico enemigo en los consabidos comodines de la secta, mirar a los ojos al infeliz ejecutor, compadecer, empatizar, tratar de amarlo como a ti mismo y recuperarlo para la causa o para cualquiera de los procés en curso). Pero me temo que ese maestro no tenga tan fácil receta para librarnos de las turbideces y salpicaduras que se producen en un barrizal cada vez que se remueve con bestialidades como la que hemos sufrido en estos días. Temo que, en el caso particular de España, artera, irresponsable o inconscientemente, hemos acumulado más mierda de la que se puede reciclar sola y, fatalmente, tantos polvos suelen dan lugar a arenas movedizas. Sobre suelos tan traicioneros poco se puede edificar y, de hacerlo, con tales pestes mal se puede respirar a fondo.

En muchos otros sitios de la vieja, resabiada y suicidamente contaminada Europa están expuestos a la similares riesgos, pero al menos parecen saber mejor quiénes son, qué los une y hacia dónde quieren ir. Aquí ni las tragedias quedan al margen de la miserable rebatiña cainita de unas gentes con vocación de estado fallido y de guerra civil inacabada e inacabable. Todo lo que ha rodeado al atentado yihadista de Barcelona, con su repugnante vómito de miserias acumuladas, ha servido para poner en evidencia la indefensión y el caos que la crisis sistémica de un organismo muy enfermo puede añadir a una inseminación de células malignas, ya de por sí temible.

Por eso, además de miedo, y dolor y odio, tengo desaliento y asco.

Julio L. Bueno de las Heras, Oviedo

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