Pensamiento cero
Cercanos a la situación de “cero ideológico”, son macrofestivales indies de música electrónica, ferias de novedades tecnológicas teñidas de frikismo, nomadismos vacacionales en masa y templos de consumo a modo de parques temáticos los que congregan y atraen como enjambres a las multitudes extasiadas. Incluso movimientos sociales o formaciones políticas fácilmente tildadas de “antisistema” no tienen ideología alguna, salvo unas cuantas actuaciones de protesta difusa, más propias de la algarada o del asambleísmo de facultad que de un foro parlamentario. Aunque pesquen en los frondosos caladeros de la frustración y el malestar ante la única ideología prevalente: la de la interiorización de los valores individualistas de mercado, de orejeras y ombliguismo, cuya única utopía es un paraíso fiscal de palmeras y cocos, la bonoloto, el euromillón y el cuponazo, la vida de anuncio y el pragmatismo egoico. Pero tampoco vaya a vituperar al liberalismo que, atemperado por lo que resta de socialdemocracia reguladora, es mucho mejor que fanatismos totalitarios e implantaciones del terror. Lo que me parece más reseñable de las tendencias sociales que se nos vienen encima es el triunfo del big-datismo, el hecho de que cada vez estemos más solos –en España más de 4,5 millones de personas viven solas y muchas de ellas contra su voluntad– y el destierro de valores no “líquidos”. Es el descarte de todo aquello que nos molesta en la consecución de una metas inoculadas por unos iconos y mitos canibalizadores, economicistas hasta decir basta. Habría que seguir defendiendo unos valores comunitarios y un modelo social alternativo a un capitalismo trumpiano que, sin darnos cuenta, es ya nuestras costumbres de hamburguesa, sueños y concepciones vitales de quita y pon. Firme un contrato multimillonario como un astro del fútbol.
Eso sí que da sosiego para una temporada.
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