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Radicalismo yihadista y educación

27 de Agosto del 2017 - María Isabel Sánchez Agüeria (Gijón)

Ya han pasado varios días desde el salvaje atentado en las Ramblas de Barcelona y con la cabeza más fría y con más datos en la mano, creo que ya puedo escribir unas líneas para expresar mi opinión lo más serena e imparcial posible.

Se habla de fallos de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Fallos que han permitido que un grupo de jóvenes liderados por un imán radicalizado llevarán semanas preparando un atentado mucho más brutal que el que al final llevaron a cabo. Y yo me pregunto: ¿Cómo iba a sospechar la Policía si las personas más allegadas a ellos no sospecharon? Y no me refiero a sus familiares, cuya opinión no considero objetiva por razones obvias. Lo que me pone los pelos de punta es oír hablar a las personas que trataban a diario con estos chicos convertidos en asesinos. Excepto uno de ellos con antecedentes por violencia de género, el resto eran chicos que describen como responsables, amables, educados, chicos normales y corrientes. Totalmente integrados. Algo más retraídos en el último par de meses, pero que no hace sospechar a sus amigos y educadores que el motivo sea que están tramando un terrible atentado. Lo que piensan sus amigos del colegio, o de los partidos del fútbol, o de las salidas a la discoteca, o sus vecinos, o el dueño del bar por donde paraban, es que son cambios debidos a la edad, las hormonas, lo normal. Son adolescentes. Me preocupa y entristece a la vez que cuando me cruzo con un musulmán por la calle (ya sepa con certeza que lo es o simplemente lo suponga por su aspecto físico) me asalte el pensamiento de sí estará tramando un atentado. Sé que no todos los musulmanes son terroristas. Lo sé. Pero los que sí lo son están haciendo muy difícil que yo sea imparcial.

No niego que haya habido fallos y que los seguirá habiendo. Por ejemplo, creo que el imán de Ripoll sí debería haber estado controlado porque su nombre ya se relacionaba con otros yihadistas. Pero lo que a mí me asusta de verdad es que se les pueda hacer un lavado exprés de cerebro a unos jóvenes, unos nacidos y otros criados aquí, en un país libre que les facilita su integración, les permite mantener sus costumbres y les ayuda económicamente. Aquí no estamos hablando de niños sin educación secuestrados en aldeas de Nigeria y obligados a ser soldados de Alá a base de palizas y vejaciones. Estos chicos tenían casa, comida, iban al colegio, trabajaban, se divertían, vivían en libertad. Una educadora del centro cívico de Ripoll, que conocía a varios de estos chicos, se pregunta en una carta que ha escrito, qué ha podido haber hecho ella mal para que estos chicos que querían ser profesores, médicos, etcétera, cambiaran de repente y quisieran ser terroristas yihadistas sin escrúpulos. Para mí la pregunta no es ésa. Para mí la pregunta más aterradora es cómo ese imán pudo en unos pocos meses borrar por completo años de enseñanza civilizada. Eso es lo que a mí más me asusta, porque estaba convencida de que el mayor antídoto contra el radicalismo era la educación, pero veo que no es así.

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