Terror

28 de Agosto del 2017 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Necesitamos no sentirnos peores que los demás y excusamos nuestra supuesta supremacía aprobando o desaprobando al otro. Algo lógico: la aprobación excluye a la desaprobación. Pero la realidad no es lógica. El animal vive sin fronteras ni consignas salvo la ley natural de sus instintos. La conciencia nace de la pregunta y la disyuntiva se deshace con la lógica respuesta. Con la disyunción y la posibilidad de su negación se crean todas las funciones de la lógica. La conciencia es una singularidad de la vida humana y la vida una singularidad de la materia. La materia surge en medio de una gran luz de la singularidad del Big Bang y la luz es atraída por ella misma en forma de masa. En el gran vacío entre las sub-partículas atómicas o entre las estrellas y galaxias, hay un algo intangible que no se ve. El mundo que creemos poder explicar, tiene sólo un 4% de la densidad total que se deduce de su cinemática cósmica. Somos ignorantes, e ignoramos ese 96% restante que existe en el vacío de todo, pero que se expresa por medio de las inconscientes estrellas y galaxias. Es un algo tan singular como el Big Bang, la conciencia, la vida, o el cristianismo: esa singularidad religiosa monoteísta que exige perdonar y evitar el mal. ¿Creen que todo es casual, que no hay una Ley sobre toda ley? ¿Cómo si no esperan erradicar el victimismo que incita al rencor con su estela causal de muertes? El cristianismo es el acto educativo más esencial para elegir la vida y transformar el mundo. Vamos retrocediendo en su educación, pero aún estamos en ello. Las víctimas y los terroristas ocasionadores de tal ruina moral, poseídos de arrogancia, no ven la ignominia. El rencor del victimismo es la esencia del drama secuencial que alimenta la Historia. Las civilizaciones se expanden o contraen siempre en competencia. Lo han hecho durante miles de años usando la institución de la guerra, la esclavitud, o la injusticia social. La historia del Mahdi Muhammad Ahmad, y sus delirios de muerte, se repite como causa de terror tanto entre fieles como infieles. Nada de todo este terror actual es consecuencia de algo reciente, pues viene de lejos. La pretensión de paz ecuménica impuesta a sangre y fuego aboliendo la libertad, es un infierno totalitario que aún se pretende imponer como heroica revolución desde no importa que infamia. El ansia de matar a toda civilización vigente, exige un proletariado interno y otro externo dispuestos a abolir la libertad.

¿Qué incita al terrorismo? ¿Cómo impedir que surja? Toynbee nos decía, en su prefacio al libro "Guerra y Civilización", que sería necesario excluir cualquier aliento educativo sobre las virtudes militaristas de la guerra (que nunca es santa) o de la violencia (injusta incluso desde heroicas revoluciones). Sin embargo, también nos dice que los individuos de los pueblos no agresores deben elevarse al nivel de los guerreros para derrotarlos e incluso abatirlos. Es necesario, por tanto, que los individuos de los pueblos educados en la paz sean enseñados a defenderse y alzarse vigilantes frente al agresor. Se evitarían así más víctimas en este drama histórico e incluso se podría evitar el pecado del agresor si se le detuviese a tiempo. Los recursos que se queman por causa del victimismo y su rencor, son recursos que resolverían los males de este drama histórico para traer la paz. La paz en libertad deja de ser un ensueño, bajo una firme Constitución democrática que debe ser defendida. Nada es tan simple, nada es tan cierto: los muros del infierno se construyen desde dentro.

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