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Caminante, no hay camino

4 de Septiembre del 2017 - LUIS ANGEL GIL URBON (GIJON)

Pues nada, oigan, que como los perros y los gatos, los loros, la boa constrictor o la pantera de vistosos colores (negro o rosa) que asoma la cabeza por la ventana de la vecina, etc., son animales domésticos, o lo serán con el tiempo (que todo se andará), y teniendo en cuenta que son animales sensibles, algunos con muy mala leche, no nos engañemos ni lo olvidemos, debido tanto a su árbol genealógico como a su naturaleza de raíces selváticas (la boa y la pantera, digo), vamos, que se mosquean con facilidad y te pueden dar un abrazo o un zarpado en un momento dado. Pues eso, que también tienen sus derechos en los casos de divorcio no de ellos (que todo se andará), sino en los casos de divorcio de sus dueños y en los derechos legales que adquieren como mascotas: régimen de visitas, custodia compartida, quien se queda con el perro o gato y tal. Todo para evitar posibles efectos psicológicos adversos al can. El shock postraumático inherente a la pérdida de su amo o ama. Guau.

A veces, me apetece sentarme en un banco a descansar, en las amplias aceras rodeadas de jardines de la avenida del Llano, pero no me dejan. No puedo. Los perros que van a pasear a sus amos, con correa extensible, con la que los peatones practicamos los 100 metros vallas (y así mantenernos en forma, en inmejorable forma física). Que hacen caca y pis en la acera o en el jardín (que huele a orín), o bien en tus pantalones, manchados previamente con sus patas. Pues, no me lo permiten. A seguir el trayecto a pinrel desviándome de mi camino por no molestar. Eso sí, si te permiten caminar. Porque caminante, son tus plastas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ven las cacas que nunca se han de volver a pisar. Caminante no hay camino vete a lavarte a la mar.

Buf, entre tanto merengue me está dando un empacho que no vean. La culpa la tengo yo, los años no transcurren en balde y este carca, antiguo y desfasado, al que se le ha pasado el arroz, lleva el pecho agujereado por las balas que no se molesta ya en esquivar. Antes, en los años de mi infancia, en esos días recorridos de dorada inocencia, no había problemas y si por casualidad los había se solucionaban de inmediato, en un santiamén. Las decisiones se ejecutaban siempre en el acto. Que un mocoso no atendía en clase o se pasaba varios pueblos con el profesor, coscorrón al canto en el cogote, del profe y posterior repaso y remate final de los padres del alumno si el eco llegaba hasta su casa. Eran otros tiempos de otra época más primaria, menos moderna que la actual (hoy hay talleres para formar docentes en prevención y tratamiento de la violencia escolar), en la que el churumbel reparte yoyas sin contemplaciones a diestro y siniestro, a quien hiciere falta: a profes, a padres, a compañeros (en clase o fuera en la calle, a las puertas del colegio). Que ni en la calle ni por las redes sociales le localizamos, allanamos su casa y que caiga quien caiga.

Ya apenas paro por los bares y cafeterías. Es incuestionable (el que esté libre de culpa que tire la primera piedra) que lo hice, como todo quisque que no decidiese, por vocación al recogimiento, a la vida contemplativa, quedarse a vestir santos en casa. Era más joven, aún no peinaba canas, días adorables de una época de vino y rosas. Así que alguna vez entro a ojear y echar un vistazo al periódico, y de paso recordar viejos tiempos pasados. La cafetería, moderna y elegante, imagino que la atienden madre e hijo, por los comentarios que se hacen entre ellos. "Me cago en no sé qué y en no sé cuánto más". Le dice el hijo a la madre a voces, en sutil lenguaje académico, del que todos los clientes allí presentes podemos disfrutar, al caer el niño la estridente bandeja al suelo. La madre le contesta amable y conciliadora. No es la primera vez que sucede, por eso se lo cuento. Una anécdota parecida a esta ya ocurrió estando yo en otra cafetería también muy elegante, como esta, por cierto.

  He visto en las páginas de este periódico la foto de Bonnie and Clyde. Bueno, de la versión cutre que hacen de ellos dos pardillos, para ser más concretos, que fueron detenidos hace unos días por armar bronca en un bar del Polígono de Pumarín. Al parecer Clyde le daba candela a Bonnie (ya ven, en el submundo de los héroes también se dan casos de maltrato) cuando casualmente alguien que pasa por allí, lo ve y llama a la policía, posiblemente identificado, en tan delicada situación, con la causa de género. Pero Clyde, que se mantiene en buena forma fitness, en la foto se aprecia que el muchacho está cachas, a su llegada envía a dos agentes al hospital ayudado por su enamorada Bonnie, que en estos momentos se solidariza, faltaría más, con su maltratador. A pincelada dada a trazo grueso, estos son los hechos acaecidos, más o menos. Conclusión: si Bonnie and Clyde se están dando a gusto candela, ¿acaso no es mejor pasar y hacer la vista gorda mientras sean respetuosos con el mobiliario urbano, que es de todos?. Digo yo.

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