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Yo sí tengo miedo, y mucho

10 de Septiembre del 2017 - José Antonio GUTIÉRREZ GLEZ. (Piedras Blancas)

Aunque muy poético el lema principal de las manifestaciones tras los atentados yihadistas en Barcelona, "No tengo miedo", no responde a la verdad, es un tanto falso. En mi modesta opinión, la sociedad, tanto en España como en el resto del planeta, es consciente de la grave amenaza que impone el terrorismo islamista. Claro que sí tenemos miedo.

En la supervivencia de la especie humana, el miedo siempre ha sido un factor decisivo. Está inscrito en el ADN desde tiempos lejanos y vinculado a peligros externos. No tener miedo puede ser un producto de la locura o de una supina inocencia. Algo muy distinto es enfrentarnos a los miedos y trabajar para hacerles frente. Esto último requiere mucho esfuerzo del que nuestro mundo adolece bastante. Estamos anclados en una sociedad de la autosatisfacción que lleva años erosionando la cultura del esfuerzo.

Los deplorables y luctuosos atentados terroristas de Barcelona y Cambrils nos han situado frente a este problema. "No tengo miedo", se gritaba. Demasiado bonito para ser verdad. Quizás esa consigna haya sido diseñada por algún grupo de expertos en publicidad y estrategia de alto nivel. De hecho, la respuesta y el comportamiento ante la opinión pública de un Gobierno cuyo fin es la destrucción del Estado ha sido muy eficientemente fabricada. Los fanáticos sólo se han pronunciado puntualmente a fin de arañar apoyos para el separatismo, que es una de las obsesiones principales de los golpistas. La manifestación contra España, que no contra el terror, es una lógica consecuencia de ello.

"No tenemos miedo", pues es un acierto publicitario que conecta con la parte de la sociedad más amodorrada y autocomplaciente. Los ciudadanos que aspiran a controlar sus miedos y a tomar sus decisiones son refractarios a esta estética de rebaño cariacontecido. Sustituir a los terroristas de Daesh por la palabra España no será un problema. Sólo es cuestión de tiempo, mientras el Gobierno central continúe instalado en Babia. Las consecuencias que se pueden extraer del plan separatista son tanto la enorme capacidad publicitaria y doctrinaria de los nacionalistas, como su absoluta falta de escrúpulos para usar todos los medios posibles a su alcance.

La abrumadora mayoría de los ciudadanos han sentido como propio el dolor de los barceloneses. Las presuntas e insalvables diferencias entre catalanes y el resto de españoles han sido desmentidas, una vez más, pero en esta ocasión en circunstancias trágicas. Un ejemplo: miles de ciudadanos y colectivos del resto del Estado han leído y difundido mensajes en catalán, un idioma tan español como el castellano y viceversa. La verdadera unión fue forjada por los ciudadanos de a pie.

Claro que se tiene miedo. En España tenemos mucha experiencia reciente. ¿O es que acaso los ciudadanos vascos, aquellos que observaban la barbarie de ETA y callaban, no lo tenían? Los hubo que resistieron y fueron expulsados de su propia tierra por el nacionalismo. Ellos convivieron con el miedo. Siempre recordaré la foto de unos compañeros de partida al día siguiente de un asesinado por ETA. Se reunieron a jugar la diaria partida de dominó como si nada hubiera sucedido. Su miedo era su complicidad.

Sí, yo personalmente reconozco tener miedo. Miedo del dogmatismo, de la intransigencia, de las conclusiones precipitadas, de los juicios emitidos sin reflexión, de la ira que oscurece la luz de la inteligencia, de las informaciones apresuradas y no contrastadas, de los prejuicios, de los discursos vacíos.

Tengo miedo de los que dicen arreglar el problema en solo dos días, de los poderosos que hacen de la guerra un gran negocio, de los que fabrican y venden armas sin preguntar, de los que azuzan enemistades para sacar tajada. De la irracionalidad de unos fanáticos llenos de odio.

Y sobre todo tengo miedo de mi miedo, y del tuyo, y del de todos los ciudadanos.

Estas podrían ser las adecuadas respuestas. Y ahí me quedo.

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