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El pasado Festival de Eurovisión

9 de Septiembre del 2017 - LUIS ANGEL GIL URBON (GIJON)

El Festival de Eurovisión es el reflejo nítido del mundo, en el espejo en que vivimos, que sobrevive hasta ahora, debido a la transformación y adaptación festivalera a la vulgaridad imperante en nuestro tiempo. Adiviné la primera y última vez que la oí que la canción española quedaría la última, no por nada, únicamente porque no me gustaba nada y el estribillo menos. Y porque el rubito en directo soltó un gallo, además. Ganó Portugal, que tampoco la pude escuchar mucho. La pareja ganadora, más que cantar (él con palabras la letra de su hermana) nos susurraba, delicadamente, y a mi edad tengo algo duro el oído. Era un canto armónico, angelical y como de sirenas. Original, eso sí.

Enseñar el pompis, que es la parte más alejada de los otros dos ojos, está severamente castigado en Ucrania. Últimamente solo veo culos y no únicamente pertenecientes a los payasos que se prodigan a diario por la televisión, sino que también los veo por Eurovisión. El joven ucraniano, que saltó al escenario de la final del Festival con la bandera australiana al cuello, para disimular cuál es su verdadera procedencia, se juega ahora el cuello. Cinco años en la trena, son los que le pueden caer al loco admirador de Jamala, la bella vencedora de la edición anterior, que cantaba sobre el escenario en ese momento preciso. Los habitantes, y menos la Justicia de los países del Este, debido al intenso frío y a las bajas temperaturas, ni son alegres ni tienen sentido del humor. Vente para España, Pepe, es mi llamamiento y mi recomendación para el infortunado espontáneo. Aquí es natural andar en pelotas, o mejor, como Cristo nos trajo al mundo. En pelota picada, que es, más mal que bien, como nos han dejado nuestros políticos.

No le di apenas importancia, al principio, claro. Una mala tarde la tiene cualquiera. Cualquier hijo de vecino, si se dan las circunstancias adecuadas y precisas, propicias para ello, puede cometer un error, caer en la trampa, pensé. Y pasé página. Hasta hoy. Ángel Llácer, payaso televisivo (otro más al haber) al que seguro conocerán por pertenecer al jurado de 'Tu cara me suena', dice, en un tuit: "Los tongos se pagan caro", refiriéndose a la equivocación del jurado, que eligió al rubito cantante del gallo como representante español en Eurovisión. Y, oigan, ¿habrá mayor gallo sin gracia, vomitivo, estridente y que siempre canta a deshora que él, ave zancuda o cacatúa, que pulula por los canales de la televisión?

Mi nombre es Mont, Carles Puigdemont i Casamajó, para servirles. Como president de la Generalitat de Catalunya, me han asignado la difícil misión de rescatar a mi país del invasor, del yugo y la opresión que ejerce sobre Cataluña, y otros países periféricos, la nación española. Para ello, cuento con la inestimable ayuda del honorable Jordi Pujol, alias el andorrano, por su otrora reincidente afición a llevar sacas repletas de pela hasta el corazón mismo de este pequeño país de los Pirineos. ...l me ayudará en la ardua tarea de recorrer y patear las calles de nuestra nación, con el firme propósito de hablar y convencer a ese 59,1% de catalanes que quiere que la consulta soberanista y por la independencia se pacte con el Gobierno central, y que este dé luz verde a poner urnas en los colegios. Intolerable, oigan. La banda Puig. ¡Al ataquerrr!

Mi querida España, no es la España mía, es la España vuestra. La de los cinco ejecutivos de Novagalicia Banco, que fueron condenados a dos años de prisión, por los delitos de administración desleal en concurso con uno de apropiación indebida. Los directivos cobraron, conjuntamente, indemnizaciones por importe de 18,9 millones de euros (tras la fallida fusión de Caixa Galicia y Caixanova), y deberán devolver cerca de 14 millones. Cobro indebido de prejubilaciones millonarias, poca cosa, casi nada. Más delito tiene robar un jamón de pata negra y sólo vas, como estos chorizos de guante blanco, dos años a la trena. Que no debieran ir, porque son penas inferiores a dos años, una absoluta y total injusticia para los directivos, oigan. Además los cacos, de guante blanco se entiende, no han devuelto aún un solo ñapo de lo que han birlado en jugosas indemnizaciones por prejubilación, como se fijó en sentencia (13,191 millones). Que es lo que cuesta un jamón de pata negra. Lo mismo.

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