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Consideraciones en torno a la cultura de la vida

16 de Febrero del 2010 - Silvino Lantero Vallina

El cardenal patriarca de Lisboa, Policarpo Herrero, nos decía el pasado verano, en el II Curso sobre las raíces cristianas de Europa, celebrado en Covadonga, que la Iglesia católica siempre ha sabido combinar lo permanente de su misión con nuevas formas de acercarse al hombre y al mundo en la Historia. La libertad religiosa y la presencia pública del cristianismo son inseparables porque, en efecto –afirmaba don Policarpo–, «el cristianismo es una religión de encarnación llamada a expandirse en la Historia y a constituirse, continuamente, en factor de transformación y de intervención de la Humanidad». Esto se ve en las encíclicas papales, magistrales textos que engarzan lo permanente con los tiempos de cada época de la Historia dando luz a los problemas humanos.

Benedicto XVI, hombre de recta razón, conocedor del mundo, sabe, como su antecesor Juan Pablo II, que la fe todo lo ilumina con una nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre.

Desde la virtud central de la caridad asociada a la recta razón, Benedicto XVI aborda en su última encíclica, «Caritas in veritate», uno de los asuntos más penosos cual es el aborto y la eutanasia. Son la máxima expresión del egoísmo y falta de caridad de las sociedades actuales, especialmente de la nuestra, la española.

Me temo –ojalá me equivoque– que la mayoría de los españoles desconoce que el origen del proyecto contra la vida del Gobierno de Rodríguez Zapatero proviene del feminismo radical que domina en el PSOE. En oposición frontal al «nuevo feminismo» representado, entre otras, por las católicas Andy Glendon y Janne Haaland, el «feminismo socialista» tiene por objeto la deconstrucción de la familia, la maternidad y la fidelidad en las relaciones afectivas y sexuales. Basta leer a reconocidas defensoras de la ideología de género como la americana Firestone o las españolas Valcárcel, Amorós y Millares. Se trata de eliminar la honestidad y adquirir el máximo poder para superar la diferencia entre lo público y lo privado. Conectan así con posiciones como las de Giovanni Gentile, que fuera el principal ideólogo del fascismo italiano y que definía a éste como una concepción total de la vida como política. Las activistas del género pretenden ocuparse –para deconstruir– de la maternidad, la vida de pareja, la sexualidad, etcétera. La ciencia política llamó a esto totalitarismo y consiste en la invasión por parte de la política de todos los espacios sociales públicos y privados. Y en éstas estamos en España. Este desbocamiento del feminismo radical combinado con el socialismo es una gravísima amenaza a la libertad, a la vida, a la recta razón, a la verdad y a la caridad. Cualquier día nos van a poner una «comisaría política» para vigilar nuestro entorno familiar.

Aborto y eutanasia son la máxima expresión del egoísmo

Hay que señalar que en la ley moral natural y en el cristianismo, la defensa de la vida ha sido siempre un principio y derecho inalienable e inmutable. Desde el siglo I la Iglesia ha afirmado la malicia moral del aborto provocado. Varios escritos de los primeros años señalaron: «No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido» (Bernabé, ep. 19,5 y Teruliano, apol. 9).

En el siglo pasado documentos como «Gaudium spes» y «Donum vitae», entre otros, argumentaron a favor de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción.

Por su parte, los pontífices Pablo VI y Juan Pablo II dedicaron, respectivamente, dos de sus encíclicas a la vida, «Humanae vitae», y «Evangelium vitae». Además, en sus intervenciones públicas, aludieron continuamente a la tragedia del aborto y a la manipulación de embriones humanos.

Benedicto XVI aborda, en su última encíclica, este drama actual como una consecuencia de la falta de amor, de la pérdida de la recta razón, la dictadura de la técnica y la política relativista. Para la ceguera teleológica y la concepción nihilista de la vida, el progreso se centra únicamente en el consumo, en lo material. La carencia del amor a Dios y de la trascendencia es fuente de calamidades sin par en todo el campo de la biotecnología sin límite ético. Que es de horror. Benedicto XVI lo expresa muy bien: «La fecundación in vitro, la investigación con embriones, la posibilidad de la clonación y de la hibridación humana nacen y se promueven en la cultura actual de desencanto total... Es aquí donde el absolutismo de la técnica encuentra su máxima expresión (CV, 75).

La política de los derechos individualistas sin referencia a los deberes es una causa que también influye en la predisposición a matar al ser humano en gestación al que, desgraciadamente, se ve como una amenaza a «lo mío», es decir, a una vida vacua sin horizontes a que se ven conducidos, en primer lugar desde la escuela, muchos niños y adolescentes víctimas de un sistema escolar al servicio de particulares intereses de grupos de presión donde abundan la intolerancia, la ignorancia, los malos modos, la falta de libertad y el más burdo materialismo. Desgraciadamente, muchas familias no se aperciben de la mala dirección en que son conducidos sus hijos. En concreto, la barbarie que contienen los programas de educación sexual y otros contenidos de los currículos son en realidad una sistemática corrupción de niños y adolescentes a los que despiadadamente se les estimula a las relaciones sexuales precoces y promiscuas. Sulamith Firestone aboga, en su libro «The dialectic of sex» por la emancipación sexual de los niños y la superación del tabú del incesto. Siento asustarle, querido lector, pero esto es lo que hay. Increíble, pero cierto. Tenemos una plaga contra el amor, la verdad y la vida.

A este asunto se refiere el Papa: «A la plaga difusa, trágica del aborto, podría añadirse en el futuro ya subrepticiamente in nuce, una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos. Por otro lado, se va abriendo paso una mens eutanásica, manifestación no menos abusiva del dominio sobre la vida, que en ciertas condiciones ya no se considera digna de ser vivida» (CV, 75).

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