La cosa catalana

28 de Septiembre del 2017 - Darío Martínez Rodríguez (Pola de Siero)

Cuando nos adentramos en los asuntos políticos las opiniones más diversas asoman con gran facilidad. En el caso de la cosa pública catalana no es menos. Pero por modesto que sea intentemos aclarar dicho conflicto.

La política es un arte entendido como saber hacer que ha de procurar que los ciudadanos, los individuos del Estado, vivan y además puedan aspirar libremente a vivir mejor. El buen gobernante será aquel que con sus acciones guiadas por la prudencia promueva además la pervivencia del Estado. De este modo, y guiando nuestra breve reflexión al asunto que nos atañe, el señor Rajoy como jefe del Ejecutivo, independientemente de su ideología, necesariamente debe poner en marcha acciones políticas capaces de garantizar la pervivencia del Estado, es decir, de España, en tanto que sujeto político democrático homologado y aceptado por la comunidad internacional. España es estado-nación, es una entidad política con personalidad propia, en la medida en que es oficialmente reconocida más allá de sus fronteras en organismos internacionales como la ONU, la OTAN o la misma Unión Europea. Y esta aceptación internacional que objetiva y racionalmente podemos corroborar es negada desde una borrosa plataforma ideológica cuya urdimbre viene constituida por instintos y sentimientos primarios que ven en su reiterado rechazo a España su fuente de subsistencia. El nacionalismo catalán es de naturaleza claramente secesionista y se justifica en su hecho diferencial, en su no ser español, en su ser étnicamente diferente y por ende superior. Lo triste es que gran parte de la izquierda de este país que se nos va se adhiere al discurso nacionalista y evita hacer una política de altura que permita garantizar la existencia de España como nación política. Y lo hace acudiendo a pseudoargumentos teñidos de emociones y trivialidades que encaran el problema con la corta mira de las relaciones éticas o simplemente con formas estéticas vacías de contenidos políticos y muy en sintonía con la idea mito de cultura, obviando la naturaleza dialéctica y conflictiva de la política, y a su vez jactándose a modo de sofistas de baja estofa de las leyes. Es en definitiva una coalición, la nacionalista, con ciertos partidos de izquierdas, adherida al odio ("¡PNV español!", Anna Gabriel dirigente de la CUP gritaba airadamente en la ciudad de Vitoria) que hace compañeros de viaje a políticos que pensábamos irreconciliables ideológicamente; coalición que hoy por hoy quiere mostrarnos un discurso capaz de atender los problemas de los ciudadanos (catalanes, bien sean de pura cepa o asimilados) de modo impecable, proceso que pasa necesariamente por la desaparición de la actual España y su actual marco constitucional de convivencia. Pero ojo, bajo esta imagen se esconde una ideología dogmática, ajena al diálogo, que es a su vez implacable con el que disiente. Por eso hoy mucha gente en Cataluña cree prudentemente que lo mejor es no hablar, o si acaso acudir al embrujo del discurso por todos compartido del tiempo o del cambio climático.

Darío Martínez Rodríguez, Pola de Siero

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