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La debilidad de la caza

28 de Septiembre del 2017 - Eduardo Bros Martinez (Oviedo)

En un interesante coloquio celebrado recientemente en el Club Prensa Asturianana de LA NUEVA ESPAÑA, ante la presencia de un nutrido y atento auditorio, se ha mencionado a la caza para otorgarle lo que en síntesis he creído entender de las palabras de una de las ponencias, cuando se refería al fuerte poder y la capacidad de influencia que tiene y despliega el mundo de la actividad cinegética.

Esto de que la caza es un sector convenientemente asentado en la fortaleza de sus instituciones que la ha permitido obtener sobrada atribución en la sociedad para la defensa de sus intereses, debe de ser contextualizado en un marco de concretadas objeciones con la finalidad de aclarar dudas y tratar de evitar confusionismos en la medida en que sea posible. Se ha dicho por activa y por pasiva (en este caso, no importa ser reiterativo), que la caza es un ejercicio de magnitud social, con una sobresaliente presencia dentro de los dispositivos económicos de importantes sectores industriales, rurales y aquellos otros relacionados con el ocio y tiempo libre; a su vez, elemento de cohesión imprescindible en la defensa y sostenibilidad del ecosistema; aspectos determinados de su práctica que debieran hacerla engrandecer.

Dicho lo cual, fuera de este contexto, en la caza concurren otras circunstancias en su contra que por la naturaleza de su origen le producen debilidad. Entre un compendio de causas de especial significado, es preciso señalar por la importancia que ha supuesto, el desprestigio de la razón de su existencia que han dejado caer desde adentro por no haber querido, podido o sabido ejercer una proyección positiva de sus valores a la sociedad. La falta de un carácter instructivo y eficaz ha supuesto para el sector una contrariedad de monumentales consecuencias negativas. La desunión secular en el gremio, muy desatendido de acciones integradoras, también se debe de incluir como un factor clave que ha imposibilitado promocionar la realización de acciones conjuntas.

En otro orden de cosas, en relación con lo mismo, procede decir que carece la venatoria de cualquier prototipo de autonomía, quizás, en gran parte, consecuencia de lo anterior, que le permita ejercer una labor en base a otros supuestos distintos de aquellos que resulten de los que las administraciones públicas establecen en las sucesivas y antagónicas Leyes de Caza (Una Ley por comunidad) que regulan sectorialmente la venatoria en España.

La caza social, a la que me refiero por ser la que únicamente he practicado y conozco de los avatares por los que discurre en tiempos de señaladas tribulaciones ofensivas, soporta el estado intervencionista y del "maniqueo" político de los poderes públicos; actúa sin opciones, condicionada firmemente bajo la imposición de manuales que la hacen ser y sentirse débil. En ningún momento del periodo democrático, los gobernantes han concedido a la caza la necesaria capacidad soberana para desarrollarse en orden a otras complementarias alternativas.

Como mucho puede ser escuchada, casi siempre sin la debida atención, por los diferentes gobiernos regionales a través de los dictámenes que emiten los sucesivos Consejos Regionales de Caza, órganos consultivos y asesores en materia de caza, pero carentes de potestad alguna para establecer que sus propuestas, consecuencia directa del relativo consenso entre sus miembros, establezcan vinculaciones obligatorias a ningún tipo de administración pública. Ello quiere decir que la caza social que practicamos los ciudadanos de economía modesta, numéricamente mayoritaria, carece de resortes que le permitan ir más allá de lo meramente cotidiano e intrascendente. Por tanto, una visión opuesta, claramente contradictoria a lo que se ha dicho, que deshace cualquier alusión que tenga intenciones de involucrarla en la estrategia de construirse actitudes con el objetivo de alterar el justo orden de las cosas cuando de caza se trata.

A modo comparativo, se debe de dejar constancia, que toda la actividad deportiva española (club, sociedades) se encuentra gestionada y ordenada a través de su correspondiente federación sin inoportunas intromisiones del exterior, con la salvedad de la debida atención a los calendarios electorales y las reglas que señale el Consejo Superior de Deportes como garantía por esta entidad de la correcta aplicación de las mismas en estos procesos. Sucede que en la caza no es así exactamente.

La Real Federación Española de Caza, las organizaciones afiliadas, incluidas las que no lo son, dentro de las competencias de su reducido ámbito, carecen de jurisdicción legisladora. Lo concerniente al ejercicio de la caza, viene precedido por la imposición de normas, leyes y reglamentos que se dictan desde el estado oficial, según políticas al mando. Es el hecho singular de la caza, basada en la fragilidad de sus organizaciones, que la hace ser tan diferente en relación con otros otros deportes. Pero de fuertes, mucho menos de lo que se ha dicho.

Eduardo Bros Martínez

Oviedo

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