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La gran dama de los gatos

28 de Septiembre del 2017 - Carmen González Collado (Oviedo)

Todos la llamábamos Maritxu, aunque en realidad no se llamaba así.

No recuerdo muy bien cómo la conocí o quién me la presentó. Ni que día era ni casi que año. Pero lo que sí recuerdo es que en el mismo instante de conocerla supe que era una persona muy especial.

Maritxu era una persona única, extremadamente inteligente, moderna, divertida, observadora y muy elegante. Una elegancia con un punto de extravagancia melancólica y decadente, que a sus 70 y tantos en aquel momento seguían haciendo de ella una mujer profundamente hermosa.

Alguien que se crió prácticamente comiendo sólo "Pasteles de Camilo de Blas", como ella relataba con gracia y naturalidad, tenía que ser por fuerza también dulce.

Pero la principal belleza de mi amiga era el gran amor que profesaba a los animales y su gran solidaridad hacia ellos.

Fue parte fundamental en los inicios de la Asociación de Ayuda a Gatos Abandonados, ADAGA, y durante más de dos décadas se encargó personalmente del viejo albergue y de todos los animales que en él vivían.

Se entregó a esa causa, su causa, en cuerpo y alma, a pesar de los achaques de la salud que ya en aquel momento la acompañaban como un compañero de viaje pesado, pero nunca limitante, para esa gran fuerza de voluntad que siempre mostró. Maritxu repartía allí comida, calor, medicación y mimos a partes iguales y cariño infinito.

Pero no se quedaba sólo eso. Madrugaba cada mañana del año para repartir comida por diferentes colonias de gatos del centro de la ciudad, que la esperaban como su ángel salvador, lo que le sirvió para muchas gratificaciones personales, pero también para más de un disgusto, como una paliza que un grupo de jóvenes borrachos desalmados le dieron. El miedo nunca pudo con ella.

Vendía papeletas y organizaba actividades benéficas en favor de los animales. Tenía su teléfono disponible 24 horas a cualquier persona que se había encontrado un gato abandonado en alguna parte, o que tenía alguna duda sobre los mininos, con un consejo sincero y práctico, o una solución inmediata, que muchas veces incluía trasladarse in situ a por el felino en cuestión.

Y era beligerante. Lo sé porque yo, y cientos de personas más, estábamos con ella maullando literalmente codo a codo en una manifestación desde la estación del norte hasta el ayuntamiento de Oviedo, protestando por los derechos de estos animales.

Era también muy buena cocinera y mejor conversadora, y desde la atalaya de su piso pude contemplar en infinidad de ocasiones la preciosa estatua de la Plaza Porlier, " El regreso de Williams B. Arrensberg".

Ahora es ella la que, como la estatua, ha hecho las maletas, la que ha emprendido el viaje al puente del arcoiris, donde la esperan los cientos y cientos de animales que salvó en su vida, y somos nosotros, los que nos quedamos aquí, muy tristes, pero felices de haberla conocido, para recordarla y honrarla.

Oviedo, ha perdido a una gran mujer. A la gran dama de los gatos.

Mayca González Collado, Oviedo.

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