Cobardes

3 de Octubre del 2017 - JUSTO ROLDAN (OVIEDO)

Si hemos sido, y han sido muchos los que han manifestado, con la bandera constitucional española, su defensa de la unidad de España, y no han sido insultados, ni sus casas objeto de pintadas, ¿acaso el párroco de Lugones tiene menos derecho que el resto de los españoles? Cualquier persona de bien y de orden diría que tiene los mismos derechos que el resto. Sólo aquellos que detestan el bien para los demás (para ellos sí lo exigen), y que buscan el desorden como forma de vida, pueden ser capaces de tan cobarde acción.

No puede caber duda alguna a los feligreses y vecinos de Lugones que quien ha profanado la casa de Dios en la figura de su ministro aquí en la tierra, es o son los mismos que lo hicieron contra la capilla del Buen Suceso, en El Carbayu. Pero si aquella fue una ofensa para todo un pueblo, la realizada el primero de octubre, en la parroquia de San Félix, era más que una ofensa: Fue la búsqueda del desprestigio hacia un sacerdote que lo único que ha hecho de “malo” es el cuidar material y espiritualmente a todos aquellos que llamamos a su puerta.

Un párroco joven, pero que viene del mundo laico, que sabe y conoce por esa razón, la debilidad humana. Que no puede dividirse en dos, y sólo poder pensar como religioso, obviando lo puramente humano, que él ha experimentado previamente a su condición de sacerdote. Por eso, han pretendido difamarlo: ¡por su condición de persona!, y así despojarlo, de lo que nunca –ni él– se puede despojar: De ser un ministro de Dios, y por tanto, que lo que ate en la tierra será atado en el Cielo. De ser quien cargue con nuestras miserias y nos limpie de todo aquello que nos aparta de nuestra fe, y de nuestra salvación.

Pero es, igualmente, el mejor amigo que cualquiera puede tener en Lugones. A él acuden los que sufren, los que pasan hambre y necesidades económicas; soledades y sufrimientos humanos que no son atendidos por ninguna institución, sean de la condición social que sean, de la raza que sean, o de la religión que profesen. A él se puede ir, porque “siempre está” cuando otros huyen.

Lo ocurrido no es, ni por asomo, la opinión de los vecinos. Es la consecuencia, de una sociedad que sólo aspira al “ahora yo, después yo y siempre yo”. A imponer sus opiniones al grito de democracia; y a terminar, si les dejamos, con toda la herencia que hemos recibidos de nuestros padres y abuelos, que tan bien son recordados, cada año, y todos los días, por aquel que querían “crucificar”, D. Joaquín.

Justo Roldán, Oviedo

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