Pelea de gallos
Podría ser otro cualquiera, pero no sé muy bien porqué, en esta época convulsa de amores rotos, vienen a mi memoria recuerdos de aquel cantautor francés, Georges Brassens, que a una de sus canciones puso, o compuso, el siguiente estribillo: "No, a la gente no gusta que / uno tenga su propia fe". Y continúa el poeta describiendo lo que para él es "La mala reputación": "En el mundo, pues, no hay mayor pecado / que el de no seguir al abanderado".
Y en esas estamos, preguntándonos unos y otros a quién seguir en semejante coyuntura de nacionalismos encontrados: a quienes enarbolan la señera estelada de inspiración caribeña o a aquellos que empuñan la rojigualda de la ilustración absolutista y despótica. Las dos son igual de dignas en lo abstracto, la cosa cambia si pisamos el terreno de las emociones y los deseos. Aquí, cada abanderado clama y proclama que la suya es la única, verdadera y predominante. Pareciera que estemos hablando de dos bandos diferenciados por la fe, pero no, lo que aquí se dirime es cuál de los dos tiene más grandes los espolones. Es una pelea de gallos a la cual arrastran consigo y por desgracia, al resto del gallinero cada vez más dividido, enfrentado y cacareado. Pero esto no es nuevo en España, llevamos desde el siglo XIX zurrándonos la badana con algunos entreactos más o menos relajados.
Lo de ahora es una historia de mentiras, contadas con tal cinismo que haría sonrojar al mismísimo Pinocho. El bando secesionista bajo el discurso que convierte el enredo trágico, de lo que sería una desgracia miserable para Cataluña, en la Arcadia feliz, y el bando constitucionalista negando un problema histórico que hunde sus raíces en el siglo del despropósito. Una vez más la mala suerte se ceba con nuestra tierra. A un presidente incapaz, sin rumbo político y superado por la coyuntura económica, le sigue otro que sufre de parálisis de gestión y mitomanía patológica.
Con estos mimbres, porque no hay otros, tenemos que tejer la paz y unidad de dos banderas rotas por la incompetencia y dejadez de unos y la frivolidad, veremos si la trastienda no esconde otras miserias, de los otros. Y a todo este sindiós le dan continuidad los discursos etéreos de dos líderes que apoyan, casi sin fisuras, al Gobierno de la nación, quienes, bajo el mantra del diálogo, no acaban de hacer un relato transparente, una hoja de ruta concretada en hechos. Ya no caben más diálogos de besugo, llegó la hora de hacer política, de hablar claro, el tiempo de abrir un periodo constituyente consensuado, de dar la palabra a los pueblos de España y visualizar otra forma de interrelacionarnos políticamente.
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