Cerveza, magias y plebiscitos
En un episodio de una conocida serie de dibujos animados de alto nivel intelectual el dueño de una empresa, frente al desafío de los trabajadores que reclaman mejoras en sus coberturas médicas, da a escoger, megáfono en mano, entre un seguro médico decente y un barril de cerveza. La chusma obrera prácticamente no le deja terminar la frase y se arroja al barril de cerveza.
Puede parecer estrambótica, algo propio de una teleserie de humor, pero basta una serena mirada alrededor para comprobar que la plebe constantemente somos objeto de ofertas similares.
En este tiempo de agitaciones banderiles y patrioteras a ambos lados del Mississippi desazona comprobar que basta una pizca de los polvos mágicos de algo visceral, léase futbol o patrias y la gente comienza a espumar por las comisuras de los labios y su habitual visión de túnel se agudiza hasta enfocar nada más que los colores propios y los del supuesto enemigo.
El gasto neuronal, al peso, de la peña aullando aquí y allá, es un considerable tonelaje que más valdría haberlo enfocado a quienes cada mañana nos roban dinero contante y sonante para certificarlo a una cuenta en clave de las Chimbambas Orientales. Esos mismos que por su latrocinio y desgobierno nos tienen en interminables listas de espera sanitarias, esos que congelan sueldos y pensiones, que pergeñan leyes educativas de risa para los hijos del obreraje, esos, también, que lo mismo te rescatan un pobre banco que celebran la boda de la chavala en un auditorio público y que especulan con el valor del suelo para las casas del currito.
Sin embargo, les ha bastado agitar la varita mágica de unas banderas y unos cachejos de historia mal ensamblados, nada nuevo, todos los prestidigitadores se valen de una tela para desviar la atención del respetable del núcleo del truco y que el efecto parezca magia. Estos que vemos, por birlibirloque, se han transformado todos en paladines de los derechos, libertades, constituciones y democracias sin par. Ya no vemos sus pecados, sino su noble defensa del bien. De manera que la muchedumbre ha salido de su letárgica modorra, no para asediar los parlamentos con antorchas y tridentes como en las películas de Frankestein, no, para ir temprano con los críos a insultar a un futbolista o para tomar la universidad porque con la nueva república todos sacaremos notable y amén.
Así van las cosas. Nada como un sobresalto emocional para que, cuando regrese el orden, el intelecto siga quietecito, donde estaba, fijada la atención al otro lado del túnel, en dónde ponen mucho futbol y la quinta temporada de salvajes Primordiales, o algo parecido.
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