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Una ausencia que cuesta asimilar

7 de Octubre del 2017 - Rodrigo Huerta Migoya (Porceyo (Gijón))

En recuerdo de Miguel Ángel Menéndez Gutiérrez. El pasado invierno, por casualidad, me enteraba del fallecimiento el 5 de octubre de 2016 de este buen hombre con el que tantas veces conversé. Lo pienso y aún me cuesta hacerme a la idea de su ausencia, quizá porque casi todo ocurriera de improviso, o porque en el día a día religioso de Gijón él siempre estaba presente, y ahora ya no.

Persona social, alegre y dicharachera, para el cual las calles y gentes de su barrio no le escondían secreto alguno, pues todo tenía para él sentido de familiaridad por las muchas horas que había dedicado a la casa de todos en su Parroquia.

Enamorado de su familia y testigo valiente de su fe; siempre entendió que Dios iba con la Iglesia y que la Iglesia iba con Dios, sin separar -como se acostumbra hoy- lo uno de lo otro. Le entusiasmaba, ciertamente, trabajar en la vida y quehacer de la comunidad. Era persona de profunda formación religiosa y de recta doctrina, por lo que sus opiniones y criterios siempre estaban apoyados en ello.

Colaboró estrechamente con los padres Jesuitas, tanto en lo relativo al Colegio de la Inmaculada (donde tuvo una gran implicación en el AMPA) como en la propia parroquia (hoy por desgracia a punto de desmembrarse) en la cual ayudó durante muchísimos años como un cualificado y fiel catequista.

Por su eficacia y amor a la institución, llegó a colaborar de forma regular en la curia diocesana del Arzobispado de Oviedo, donde llevó a cabo cada encargo que se le solicitó, haciéndolo con todo su afán y sin esperar jamás nada a cambio. Qué decir de su parroquia de San Lorenzo, en la cual arrimó también el hombro en los diferentes campos que los párrocos le fueron sugiriendo a través de los años. En los últimos tiempos, su colaboración se centró principalmente en la basílica-santuario del Sagrado Corazón de Jesús, devoción a la que tanto cariño profesaba.

Como todos, con virtudes y errores, quiso seguir al Señor, al que finalmente le dio un sí irrevocable tras una breve pero fuerte experiencia de dolor y cruz, yendo a buscar la paz a la otra orilla, tras una sonrisa pícara y cómplice como era la suya, asintiendo con la cabeza al Señor tras su llamada. Descansa en paz Miguel.

Rodrigo Huerta Migoya

Porceyo (Gijón)

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