Karma y olé

10 de Octubre del 2017 - JOSE LUIS PEIRA (OVIEDO)

Karma: Según religiones dhármicas dícese de una suerte de ley cósmica de retribución o de causa y efecto. Aquí le diríamos castigo divino, o así.

Nunca como estos días se oyó a tantos invocar o esgrimir vocablos como libertad, derechos, democracia... y me refiero a ambos bandos, para que nadie se me confunda.

Vocablos que han quedado vacíos, cáscaras huecas en boca de múltiples bocazas. El epítome de tanta estupidez han sido las banderitas. Yo tengo una enfrente de más de cuatro metros, un vecino que ha perdido la timidez, se ve. Las banderas deben ser agitadas nada más que por la brisa serena, si no rugen. Aquí y allá, cada cual esgrimiendo la suya y todos diciendo lo mismo; la mía mola y la tuya es una caca. Viva la libertad de expresión, corporal.

Algunos demócratas de allá forzaban con amenazas a la participación de la performance, algunos demócratas de acá se van con los críos a insultar a un futbolista por que ha ejercido su supuesto derecho a expresarse.

Las redes se han ido llenando de datos históricos y anécdotas de antaño y hogaño que respaldan todas las opiniones, cada cual rebuscando quincalla para enaltecer sus diferencias nacionales, como dijo Herder, que añadió que si la historia se convierte en un inventario de ofensas de unos sobre otros vamos a un debate doctrinal sólo dirimible por la fuerza bruta, como los asnos; ¡ay!, si hubiéramos tenido tanto interés por la historia durante la vida ahora algunos no estaríamos con la cabeza bajo la almohada abochornados por tanta demostración de paletería fetén. Y de paso nos ahorraríamos esta murga que todo lo inunda.

Boinas contra barretinas, menudo ejemplo. Castellers frente al concurso de escupir huesos de aceituna, edificante. Pequeñas estrofas de cánticos fervorosos y el resto lololo porque nadie se toma la molestia de aprender ni eso. Y banderas, muchas banderas, para agosto de los chinos. Sin alcanzar a comprender que las carga el diablo. Ya no hay debate, y sí sectaria batalla y me hago consciente de que la identidad acalla el entendimiento. Lo apaga. Las emociones bullen con futbolero forofismo y con el mismo fervor, ya de paso, marchas marciales o vetustos himnos que llenan de helio los corazones. Que se suben a las nubes, como impelidas por un opiáceo. En ese estado quizás no se superen las pruebas de control de estupefacientes. A saber.

Me da que aún queda por considerar a una tercera minoría, más silenciosa que ninguna. Esa patria no exaltada a la que algunos querríamos pertenecer.

Llegados a este punto vislumbro y hago mías las palabras de Ciorán, que no era un delantero centro, ni un concursante de toreros en la isla: "Vivo en la periferia de la especie, no sé con quién ni a qué afiliarme".

Desde esta periferia, este extrarradio emocional, se me ocurre que el karma merecido sería para los unos obtener la independencia, y para los otros quedarse como ahora, para siempre. Jamás.

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