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Querría ser educada

27 de Enero del 2010 - Rafaela Sánchez Roldán (Oviedo)

He tenido una dura jornada laboral.

Llego a casa con la ilusión de aislarme un poco con mi familia. Echo un vistazo al contestador del teléfono y encuentro varias llamadas perdidas. Seis de ellas con identificación oculta. Algo empieza a agitarse en mi interior, como una mezcla de cansancio y rabia.

No me da tiempo a tomar conciencia de ello cuando me sobresalta el timbre reiterativo de una nueva llamada telefónica. Vuelco la vista hacia el identificador y observo que nuevamente está llamando alguien que no quiere ser identificado.

No lo cojo y sigo con mi vida.

Veinte horas y suena el teléfono. Vuelve a ser ese alguien anónimo. Nadie en casa lo coge. Este plomo que nos ha tocado en suerte repite llamada a las veinte cuarenta y cinco y a las veintiuna treinta. Yo no digo nada, pero ando a la que salta. Casi estoy afligida ante el temor de que no vuelva a llamar, pues a estas horas del día estoy deseando descargar con alguien.

En estos pensamientos ando perdida a las veintidós treinta cuando vuelven a llamar.

-¡Que nadie lo coja! Grito al tiempo que hago un sprint por el pasillo hacia el teléfono.

Sé que la llamada proviene de una empresa porque no contestan inmediatamente. Hago acopio de paciencia y espero con el auricular pegado a la oreja, y no es sino después de tres diga que una voz me saluda al otro lado del hilo (se hacen de rogar tanto para contestar que talmente parece que quien les llama soy yo).

Me llamo X y soy de Y, me empiezan a decir. Casi no puedo esperar a que me den esos datos, y yo, que de natural soy paciente y educada, suelto un montón de mentiras e improperios, dejando que la adrenalina que llevo acumulando durante todo el día fluya de golpe y cuelgo. ¡Buff! ¡Qué a gusto me he quedado! Sigo con mis quehaceres y hasta tarareo una canción.

Al cabo de un rato cuando ya estoy relajada, pienso: ¿no hay nadie que pueda evitar que las empresas se metan en nuestros domicilios a cualquier hora del día o de la noche, sin respetar nuestro descanso, el sueño de nuestros hijos, las jaquecas de nuestras familias o el derecho a no ser molestados?

Pues parece ser que no, y si esto no es posible, permítanme que sea grosera y maleducada con mis acosadores.

Rafaela Sánchez Roldán, Oviedo

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