Cataluña y la reforma constitucional
Si el martes, 10 de octubre, el president de la Generalitat, Puigdemont, tuvo la ocurrencia de hacer una declaración de independencia en diferido, el miércoles 11, el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, que no iba a ser menos ocurrente, aplicó el artículo 155 de la Constitución también en diferido. Mientras toda la atención mediática y de sesudos analistas que nos ilustran sobre los acontecimientos está centrada ahora en el diálogo y las negociaciones que se pueden ya estar dando entre bambalinas para reconducir la grave situación política y social catalana, a mí lo que más me ha llamado la atención fue el anuncio que hizo el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en el Congreso en los Diputados donde manifestó que, a cambio del apoyo del PSOE al Gobierno de España, había arrancado a Rajoy la reforma de la Constitución. ¿Es eso lo que se va a ofrecer a los independentistas catalanes para que den marcha atrás con su golpe de Estado? Veamos:
Aunque la verdadera raíz del problema, algo que nadie quiere enfrentar en serio, es que muchos catalanes, sin razón alguna, odian a España y piensan que deben estar, para sentirse a gusto, un peldaño por encima del resto de españoles, un pensamiento que aunque comparten fuerzas de izquierda catalanas tiene mucho de nazi, como los escritos de Oriol Junqueras sobre la diferencia entre las razas catalana y española, que ni son razas ni existe diferencia alguna, todo se quiere hacer girar alrededor de la política y no tanto, como dicen, de los tribunales, por eso hemos llegado hasta aquí. Ese sentimiento de superioridad ya se plasmó en la Constitución de 1978 cuando se establecieron diferencias entre regiones y nacionalidades, aunque no se explicó a los asturianos, por ejemplo, por qué Asturias, que fue reino y Estado durante tres siglos, no entraba en la categoría de "nacionalidad" y Cataluña sí. El segundo paso fue la forma como las distintas regiones de España accedieron a la autonomía y se constituyeron administrativamente en comunidades autónomas, recordemos que hubo dos caminos diferenciados para acceder a la autonomía en función de si una región era considerada "nacionalidad histórica" o no, los Artículos 143 y el 151 de la Constitución, algo que podía ser alterado, aunque no fuera legal, si una comunidad autónoma tenía la suficiente fuerza e influencia, como sucedió con Andalucía. De muchos de aquellos polvos vienen ahora estos lodos. Pero, Cataluña, a pesar de ser la entidad territorial con mas autonomía de Europa, no tenía suficiente y quería una financiación privilegiada con respecto a otras comunidades autónomas, incluso "históricas" como Galicia, similar al País Vasco y Navarra, algo que se había introducido con calzador en la Constitución y donde el chantaje terrorista de ETA influyó lo suyo. El Estatut que aprobaron el Parlament y el Congreso de los Diputados durante el Gobierno de Zapatero y que, por recurso del PP, el Tribunal Constitucional echó abajo por ilegal, consagraba esos privilegios fiscales y, aunque "light", era un golpe de Estado, porque violaba la Constitución.
Para reconducir la grave situación creada en Cataluña lo que se quiere hacer es cambiar la Constitución y la Ley para que los delincuentes dejen de serlo y que lo que antes fue ilegal, el Estatut que tumbó el Tribunal Constitucional, sea legal. Se dará a los catalanes lo que querían y los ciudadanos, las empresas y los bancos, cándidos e irresponsables, respirarán tranquilos. El golpe de Estado, como en verdad también sucedió en febrero de 1981, habrá triunfado. Pero se darán dos claros mensajes a todo el mundo, que España, si es suficientemente presionada y extorsionada, siempre cede y que nuestro país es el paraíso de los delincuentes, incluidos los que se dedican a la política, cosas que, seamos sinceros, todos sabíamos. La Constitución no son las Tablas de la Ley, no son Los Diez Mandamientos, y se puede reformar, faltaría más, pero una reforma como la que se quiere hacer no va a aplacar al monstruo, al contrario, es un golpe de Estado institucional que abrirá la Caja de Pandora.
J. J. J. Suárez González, Gijón
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