Vuelo hacia la eternidad
El Día de la Hispanidad se celebró este año con doble emoción y patriotismo, por aquello de que el sedicioso gobierno catalán y sus afines separatistas y radicales, hoy, tienen sobre sus cabezas esa espada de Damocles que es el artículo 155 de nuestra Constitución. Y en el sufrido y querido pueblo catalán, los que en él se sienten españoles, que son mayoría, salieron a las calles de Barcelona –cuya alcaldía ocupa una “okupa”, y mira que tiene coña la cosa– con banderas y entusiasmo para celebrar y conmemorar la fiesta nacional. Que en Venezuela el patán y payaso del presidente Maduro –más verde que una lechuga en educación y buenas formas–, arremetió contra España, barbarizó cuanto pudo y exigió que el Rey pidiera perdón a los pueblos indígenas. Él es el que tiene que pedir perdón a España, al pueblo venezolano al que está oprimiendo y tiranizando, y a todos los demás pueblos de Hispanoamérica por el daño que a todos está haciendo. Este inculto y demagogo payaso, cuando coge el micrófono, que hasta debe de dormir con él, no es más que para ofender, insultar y demostrar su cultura de pocilga.
En Aragón, el Día de la Hispanidad, una montaña de flores como ofrenda a su Pilarica, en Zaragoza, y todo un pueblo en la calle, ellas y ellos, ataviados con el ropaje típico de los maños. Es de suponer que la Virgen del Pilar ha sido estrella, brújula y sextante para que Colón descubriera América, en la que España ha dejado allí fe, idioma y cultura, que no quiere reconocerse payaso bolivariano.
Y en la capital de España, el tradicional desfile de las Fuerzas Armadas, vitoreadas y aplaudidas por el pueblo madrileño, volcado en las calles con banderas y entusiasmo. Espectacular y emotiva jornada militar, con un trágico final, al estrellarse un avión que regresaba a su base, en Albacete, pereciendo el piloto capitán Borja Aybar, de 34 años, que deja esposa y un hijo de 4 meses. Una joven y feliz familia destrozada. Triste y doloroso final de un día militar glorioso, porque uno de sus soldados, el capitán piloto Aybar, no regresó a su base ni a su hogar. Porque su último vuelo fue hacia la eternidad.
Ricardo Luis Arias
Aller
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