Manolín el Gitano
El diario LA NUEVA ESPAÑA del pasado domingo, 22 de octubre, publicó en su primera página, en lugar destacado, un titular que se hacía eco de la muerte del conocido mendigo ovetense Manolín el Gitano, crónica que luego se incorporó en las páginas que habitualmente se dedican a Oviedo. Hasta aquí, dado el perfil del personaje, su popularidad en el ámbito local y su controvertida trayectoria, me parece normal. Lo que ya no me parece tan normal es que alguien pretenda hacer de este desaparecido personaje un icono de Oviedo, hasta el punto de proponer que le se erija una estatua que perpetúe su nombre en la ciudad.
Es cierto que José Manuel Manzano Ramírez (Manolín) alcanzó en los últimos años, en su faceta de mendigo, un cierto grado de popularidad entre los ovetenses y, por ende, que fue ampliamente conocido; pero tampoco hay que olvidar que, en sus años jóvenes, jamás quiso dar un palo al agua y vivió de la delincuencia y la drogadicción. Sus andanzas en este sentido también son sobradamente conocidas y, a buen seguro, no olvidadas por aquellos que en su día fueron sus víctimas. Puede que el haber nacido en el seno de una familia absolutamente desestructurada, devastada por las drogas y la mala vida, sea un atenuante a la hora de juzgar su trayectoria vital, pero en ningún caso esta circunstancia debería hacernos caer en la tentación de aplicarle ahora, como homenaje póstumo, una amnistía total. No podemos en este momento hacer alharacas a alguien que, en vida, combinando un carácter entre afable y feróstico, en realidad no dejó de ser nunca un pillo.
Creo que la relevancia que le ha dado el pintor tapiego Miguel Galano, con el retrato que en su día le pintó al personaje y que se expuso en el Bellas Artes, ya es un reconocimiento sobrado y discutible; pero la idea que la escritora mierense Susana Pérez Alonso ha lanzado sobre la dedicación de una estatua para el que ella llama delincuente reconvertido en Lázaro, me parece que ya es alcanzar el paroxismo. Si pusiéramos ese rasero para erigir estatuas a todos los personajes que, por uno u otro motivo, han sido populares en Oviedo, no tendríamos sitio para tantos monumentos.
Constantino Díaz Fernández, Oviedo
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