"Entre Brooklyn y Manhattan"
La película “Canción de Nueva York”, estrenada en Asturias el 13 de octubre, no sólo es digna de atención por su buena factura, sino también por el injusto desde con que la trata algún medio de ámbito nacional, que hasta la subtitula “El drama de ser pijo”. ¿Qué entenderá el crítico por pijo? Y si el director lo hubiera querido así, ¿merecería un reproche? Transcribo: “Mark Webb insiste en su empeño de inventar la comedia romántica desde el lado de atrás..., desde el escorzo de las miradas reflejadas en el espejo”. ¿Les queda claro? “Y así acaba enfangado en un drama sentimental incestuosamente ridículo”. Pero ¿dónde está e incesto, y dónde está el ridículo?
El mérito inicial del filme es durar sólo 88 minutos, en contraste con otros que duran el doble; otro mérito, no desdeñable es que la notable banda sonora “The only living boy in New York” (que es el título original de la película), cumple su estricto papel de ambientación, sin casi hacerse notar. Pero su mérito principal es el de ser entretenido e inteligente, muy bien interpretado por los protagonistas, incluido el “pijo”, y con dos o tres hechos imprevistos, muy bien traídos y muy bien tratados; incluso hay que intuir algún desenlace colateral. Ambientada, por una parte, en una zona pobre de Brooklyn, donde surge la relación de afecto y amistad entre el joven protagonista, hijo de un rico de Manhattan, pero nada pijo, y un viejo y culto escritor, que oculta modestamente su condición a su viejo amigo, a quien este describiría a su familia “tan desaliñado, como una cama sin hacer”. La acción en la Manhattan rica es, en inteligente contraste, tan banal como seductora. Al final los dos polos de Nueva York se encuentran, y es entonces, entre los rascacielos y el lujo, donde culminan las emociones y las sorpresas.
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