La bandera
Es la enseña de una nación, es su símbolo, es la representación de un pueblo, de todas sus gentes, que la respetan, defienden y hasta veneran. Lo vemos en otros pueblos y naciones con ejemplaridad. Aquí no. Los apátridas, sediciosos y separatistas, de todos conocidos, la insultan, desprecian y hasta la queman públicamente con una inexplicable tolerancia e impunidad. Creo que aquel primer Gobierno que, en 1931, nos trajo la esperada e ilusionada República, se equivocó al cambiar la bandera nacional por otra, porque no era de la Monarquía ni de Alfonso XIII, ni de Alfonso XII, ni, después, del franquismo. La bandera no tiene color político alguno y nadie la puede utilizar, apropiarse de ella exhibirla o manosearla en manifestaciones o actos públicos de matiz político. Porque la bandera es de todos y no es de nadie. Es de España, cuyo nombre, unos y otros, omiten o cambian por el de país, deliberadamente, amén de otras denominaciones como, por ejemplo, patria y nación, que tampoco son de nadie o de ninguna determinada clase social. Y es que hoy todo se mira a través de una óptica politizada, antes y después de la transición, rompiendo tradiciones y costumbres que todos debemos respetar y conservar, al margen pro completo de toda ideología política.
Por eso nos agradaría, por ejemplo, ver a Pablo Iglesias, cuando habla desde la sede de Podemos, estar respaldado por la bandera nacional y, también, a los demás líderes de esos otros partidos que han puesto el veto inexplicablemente, sobre todo en Cataluña, en la que se están viviendo momentos muy dramáticos, cuyo sedicioso gobierno, y sus adláteres, se han propuesto destrozar y empobrecer una rica e importante región española. Nada, que los locos andan sueltos y los cuerdos encerrados.
Sí, la bandera es de todos y no es de nadie. Es de España. Y España somos todos nosotros, a los que nos irían mejor las cosas si supiéramos convivir y ser solidarios por encima de toda ideología política.
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