El momento es de reflexión
Ante el panorama internacional en el cual estamos inmersos, cumpliendo mi deber ciudadano, comienzo a reflexionar y para ello busco información en los diversos medios de comunicación.
Cuando la guerra fría de la década de los años 60, protagonizada pro la arrogancia y prepotencia de las dos grandes potencias: el comunismo y el capitalismo, nos pusieron al borde del abismo.
Ahora surge de nuevo la amenaza de un holocausto total, protagonizado por los mismo autores y otros solapados.
Muchas son las reflexiones que pudiera expresar, pero tengo que centrarme en la que me atañe y motiva este escrito.
Antes de continuar debo expresar mi reconocimiento y agradecimiento a todo el personal de nuestro sistema de salud pública, lo cual he hecho reiteradamente a través de este medio, con los titulares “Empatía y profesionalidad”. La esperanza está viva.
Pero para sorpresa leo un titular con el cual estoy de acuerdo: “Tenemos que proteger mejor a los sanitarios de las agresiones de determinados pacientes que por respeto no me atrevo a etiquetarlos”.
Para mí es una vergüenza que el 18 o 20 por ciento de las plantillas de la Atención Primaria sea eventual, ver a médicos con tremenda experiencia cubriendo vacaciones. ¿Qué pasa con los docentes y algunos facultativos del MIR? La mejor protección que podemos dar a nuestro sanitarios es eliminar los recortes y darles una asignación equitativa.
Escuchando a expertos letrados, dicen que la abogacía es la única ciencia donde “dos más dos no son cuatro”.
Por lo tanto, señores, hay sanitarios que agreden verbalmente a pacientes. ¿Y por qué lo hacen? Por falta de empatía.
Hay que eliminar este mal de ausencia de empatía, que es originaria de la Cuenca del Caribe, América Latina, África. Donde las desigualdades se hacen cada día mayores, obligando a sus habitantes a emigrar a otros países. Pero con ese mal de ausencia de empatía, con sus honrosas excepciones, por supuesto.
A pesar del enorme esfuerzo que realizan nuestros científicos, todavía sus dictámenes no son totalmente resolutivos.
La verdad expresada sin empatía pierde su esencial y se convierte en crueldad y no importa la cualificación que se tenga, este mal de ausencia no es genético, es casuística. Y yo cargado por mi dolor aparto momentáneamente mi empatía y digo rotundamente: “Este mal no tiene cura”.
Si algunos, que son muy pocos se ven reflejados en este escrito, les doy mis más profundas condolencias y me expreso como les satisface a ellos. “Imposible, su mal no tiene cura”.
Alberto José Llanes
Oviedo
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