Sólo quedan el alma y el amor
Sucedió en noviembre de 1917 en San Petersburgo. Lenin, con los suyos, asalta el Palacio de Invierno, deroga el zarismo y proclama la República socialista convirtiendo a Rusia en laboratorio de la doctrina marxista-leninista, “exportable”.
En síntesis (sirva este escrito sólo de reflexión para tiempos convulsos), el sistema comunista obliga a dejar en manos del Estado la posesión y administración de todas las fuentes de riqueza, incluido el mismo hombre. A cambio, el reparto alcanzará la suprema meta del Estado del bienestar: la igualdad, diván de haraganes atentos a comer el pan con el “sudor de frente ajena” y frustración de emprendedores. Si fallo grande ha sido cerrar el paso a la competitividad, mayor el focalizado en el hombre, cuya parte física la domina el calcar, no así la espiritual, el alma que lía sueños en el silencio de la noche y deslía ataduras imposibles de soldar.
Dicen que la tormenta (la de aquel noviembre, inducida, fue colosal) presagia buena cosecha y con esa mira todos “labraron la tierra”; unos, por convicción; la mayoría, por temor. La igualdad, madre de la pasividad, aportó inacción y negligencia y en aquel ambiente quedaron en olvido los enérgicos fertilizantes: fe (cuando es potencia del alma) y amor, que nunca falla y la esperada cosecha sólo aportó racionamiento (vivienda, viandas, vestido...). Ciencia y arte, aherrojados, mostraban al exterior la mejor imagen. Los más hábiles huyeron.
Setenta años después, el cañón de un tanque (el 7 de noviembre de 1917 fueron los del crucero “Aurora”, anclado en el río Neva) desalojó de su sede en Moscú al Gobierno marxista y dictador.
Abierto, simbólicamente, el telón de boca del muro de Berlín, apareció un escenario desvencijado y, sobre él, como atrezzo, el esqueleto del Estado del bienestar. Al fondo, triste luz permitía leer: sólo quedan el alma y el amor.
El comunismo falla porque obvia la caducidad. Es andador que enseña a caminar al pueblo ignorante de las ventajas sociales, culturales y económicas.Tan pronto valúa propiedad y libertad, se desprende del andador, si no quiere ser ente sin nervio a merced del dictador.
¿España necesita andador? No. Y sin embargo, un grupo de jóvenes, universitarios en su mayoría y todos hijos de la potente clase media “fabricada por el recordado innombrable”, se hizo con la franquicia del producto de Lenin, de dulce mamar y difícil digestión y lo vende acentuando las ventajas que aporta y silenciando el beneficio que les reporta. Ideas de progreso, ninguna; de retroprogreso, todas. Como novedad de trabajo presentan la búsqueda, con el péndulo del zahorí, de corruptos, profesión que empieza por un café y termina con un maletín anónimo en Suiza. A falta de otras, se lucen en el desorden y agitación que, bien teatralizado con voces estentóreas en cara de fiera y gestos de odio, ira, amenaza y hasta agresión, si llega el caso, a los Diez Mandamientos, captan seguidores dispuestos a derrocar la monarquía y a proclamar la República Socialista Española. En Oviedo el grupo tiene sucursal incrustada en el tripartito que nos gobierna.
Pobre España, si así sucediere. El viento es de tormenta y antes de la subversión, sea el voto el que lo amaine. Todos los momentos son buenos para actuar y pensar que el voto de “otro Manolín el Gitano” pesa tanto como el del presidente del Supremo; luego, quede la comodidad en casa y el voto en la urna para que no se imponga el comunismo o sucedáneo y nos deje sólo con el alma y el amor.
José M. Gómez Tuñón
Oviedo
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