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Ópera y política

24 de Noviembre del 2017 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijon)

En el año 2012, siendo presidente del Consejo de Ministros de Italia Mario Monti, que sustituía a Silvio Berlusconi, se iniciaba la temporada operística y se producía uno de los acontecimientos más rompedores con los usos y costumbres del “bel canto” en uno de los templos operísticos de Europa: la Scala de Milán.

La segunda de las tres grandes óperas compuestas por Mozart, “Don Giovanni”, inauguró la temporada. Dirigida magistralmente por Daniel Barenboim, con un elenco interpretativo de lujo y voces soberbias, como la de Peter Mattei (en el papel de Don Giovanni) y Anna Netrebko (como Doña Anna).

Más allá de la indudable calidad interpretativa de este clásico de Mozart, lo que más sorprendió fue la puesta en escena del director canadiense Robert Carsen. Tuvo que ser un director no italiano quien pusiera frente al espejo a la sociedad italiana y sus miserias. Esa sociedad italiana que permitió que, durante dieciséis años, el mundo contemplara asombrado cómo la Italia de Pasolini, Fellini, Miguel Ángel, Leonardo, Puccini, Verdi... sucumbía a los “valores morales” y a la zafiedad del berlusconismo.

El genial juego de espejos que permite involucrar al público, en este caso, consiguió meterlo en escena; pero metió en escena también a la sociedad italiana en su conjunto, incluido el mismísimo presidente de la República, Giorgio Napolitano, y al primer ministro Mario Monti, espectadores y conocedores del abuso de poder, del despilfarro, de la orgía perpetua e inmoralidad como regla de conducta que representaba Don Giovanni (Berlusconi) mientras gran parte de la sociedad italiana se movía entre la inseguridad y la mezquindad.

La aparición del espíritu del Comendador (asesinado por Don Giovanni), en el palco de autoridades, entre el presidente de la República y su primer ministro, apelando al arrepentimiento del gran manipulador, que mantiene a todos bailando a su ritmo como si fueran marionetas, fue, probablemente, la mejor aportación de Robert Carsen a la denuncia de la complicidad del pueblo italiano con Berlusconi, aprovechando los elementos dramáticos de este “dramma giocoso” del gran Mozart.

Cinco años más tarde Italia vuelve con sus fantasmas. Don Giovanni vuelve a ser el protagonista de esta Italia que no termina de morir. Se ha firmado el llamado “pacto del Nazareno” entre el actual primer ministro Matteo Renzi y el “renacido” Silvio Berlusconi, promotor del referéndum para la independencia de la rica Lombardía (es inevitable el paralelismo con Cataluña), con lo cual ha permitido que el Senado aprobara una nueva ley Electoral que favorece al centro-derecha en perjuicio de los partidos pequeños.

Mientras tanto Paolo Sorrentino, el director de cine más prestigioso de Italia, se encuentra estos días terminando su última película sobre el magnate de las telecomunicaciones y vergüenza para los italianos de bien. Esperemos que consiga poner ante el espejo a millones de italianos como hizo hace cinco años la ópera de Mozart.

Marcelo Noboa Fiallo

Gijón

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