Una deuda de gratitud
Hace menos de una semana que enterré a mi mujer. Falleció en poco más de dos años de serle diagnosticada la enfermedad que finalmente acabó con su vida. Se fue sin apenas una lágrima, dándonos a nuestros hijos y a mí ejemplo de valor y estoicismo. Pero no son estas circunstancias personales, que fuera del círculo familiar a nadie importan, las que me mueven a escribir esta nota, sino agradecer a la persona que fuera de nuestro entorno nos ayudó de forma impecable. Me refiero al que fue su médico: el doctor D. Emilio Esteban González, oncólogo del Hospital Central de Asturias, quien desde el primer al último día no tuvo para la que fue su paciente y para quienes la acompañábamos más que palabras y gestos de afecto y cariño.
Yo carezco de cualquier cualificación profesional para valorar los conocimientos exclusivamente técnicos del doctor Esteban, pero la totalidad de quienes conozco que sí pueden hacerlo los reputan excelentes. Esto, que en la mayoría de las profesiones sería más que suficiente, aún no lo es en la suya por la especial índole de su materia y las duras condiciones en que suele ser aplicada. Su afecto y trato entrañable hacia los pacientes son proverbiales, según he podido comprobar en las muchas horas que he pasado en las salas de espera de Oncología, donde es habitual escuchar conversaciones a él referidas y notar la devoción que hacia él tienen los enfermos. Es, en resumen y en mi opinión, el doctor Esteban persona que honra su hermosa profesión de médico en particular y en general a la condición humana.
Con esta nota de reconocimiento público no pretendo pagar una deuda, por otra parte impagable, que con él tenemos, sino reconocer la valía de un hombre excepcional, que destaca incluso en un servicio que se distingue por su especial trato hacia el paciente en cada una de sus secciones. El comportamiento en Quimioterapia, Radioterapia y asistencia hospitalaria ha sido para nosotros ejemplar.
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