Pelúgano
No cabe duda alguna de que el medio rural de Asturias es el mejor, el más grande y extenso, el más completo, típico y hermoso. Y el que más historia guarda en sus entrañas, en sus valles, ríos, bosques y montañas. En realidad, se puede decir que nuestra región, nuestra comunidad, es toda ella un grandioso mundo rural y de él, el concejo de Aller ocupa un destacado lugar porque, a su vez, todo su territorio es también todo él un medio rural, cargado de historia, belleza y tipismo, en el que la madre naturaleza echó el resto. De ese medio rural allerano traemos hoy aquí uno de sus pueblinos con historia, belleza y tipismo, como es Pelúgano, asentado en el mismo regazo de cumbres rocosas, muy próximo a Peña Mea, límite de Aller y Laviana. Una breve carreterina que parte de Levinco es el acceso a Pelúgano, que optó al premio de “Pueblo ejemplar” de Asturias, con una entusiasta comisión de vecinos que presidió Eva María, una gran pechuna (son pechunos los habitantes de Pelúgano), a cuya comisión le echamos una mano aquí, en LA NUEVA ESPAÑA, porque este querido pueblín ocupa un destacado lugar en nuestra vida alpina y montañera. Pelúgano bien merecía ese premio, que le fue “escamoteado”, porque es un pueblo ejemplar. Lo ha sido siempre.
En la rica historia del concejo allerano Pelúgano ocupó siempre un destacado papel, importantísimo, porque en él tenían su feudo los condes pechunos padres de doña Gontrodo, que tuvo amores con el rey Alfonso VII de León, fruto de cuyos amores fue doña Urraca, una hermosa e inteligente mujer que llegó a ser reina de Navarra, reina de Asturias y señora de Aller. Fue guardadora de esta historia de los condes padres de doña Gontrodo una gran mujer llamada María, conocida como “la señorita de Pelúgano”, todo un ejemplo de bondad, convivencia y amor al prójimo, de los que estamos tan necesitados hoy. Cuando uno, en 1941, explorando la cueva de Ronderos, perdió en su abismo la cuerda de escalada, María buscó cuerdas y gentes para que me sacaran de allí. Así era María, y considero obligado recordar esto ahora aquí.
Uno siempre ha tenido un gran cariño por Pelúgano y su buena xente, porque además de esta aventura en la cueva de Ronderos, en enero de 1943, con mi amigo Salva, conocimos y excavamos el dolmen situado sobre el pueblo en el lugar conocido como la Vieya el Castru, y que fue descubierto por el olvidado cura de Vega, don Valentín de Lillo, sabio y santo (¿cuándo se reivindica la memoria y recuerdo de este ilustre allerano, investigador, escritor, poeta, gran literato, fuente de la mejor y más veraz historia de Aller, que vivió y murió pobremente porque se dio siempre por entero a los demás, sobre todo en aquella dolorosa y famélica posguerra, jugándosela incluso con la autoridad gubernativa?), al que un día conocimos, en 1940; por mediación de aquel otro gran maestro que fue don Juan Uría Ríu.
Y en Pelúgano, un gran paisano, nacido en 1925, y que acaba de cruzar la barrera de los noventa tacos, lúcido, vital, que recuerda nostálgico el mejor trabajo de su vida que para él fue el de minero, en la empresa del marqués de Comillas, en el grupo de Marianas y los pozos de Santiago y San Jorge. Este buen paisano se llama César Fernández, y vive en el centro del pueblo, en una buena casa situada en una extensa finca. Con él están su mujer, Blanca Baizán, y su hijo Armando, otra gran persona, orgulloso de sus padres. Y nos dice que continúan activos, y como él fue vigilante en la mina, “sigue mandando como entonces”; respecto a su madre, Armando añade que es una mujer, también activa, vital e inquieta, “que no se sienta ni para comer”. He aquí un ejemplo más de ese hombre y mujer, paisano y esposa, que son los que prestigian y enriquecen nuestro medio rural y sus aldeas y pueblinos, típicos y hermosos, de los que Pelúgano, en Aller, es uno de ellos.
Pelúgano es historia, belleza y tipismo. Y aunque no se le haya reconocido, sigue siendo un pueblo allerano ejemplar.
Ricardo Luis Arias, Aller
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