Bendita lectura
Qué duda cabe de que la lectura, al mismo tiempo que nos enseña y nos da cultura, nos satisface, nos ennoblece, incluso nos hace sonreír haciendo que nos relacionemos mejor con nuestros semejantes. La lectura, desde tiempos inmemoriales, contribuye a que los pueblos que la practican sean libres y respetados. Los historiadores nos aseguran que 3.000 años a. de C. ya la practicaban los awilum (clase social alta en la Mesopotamia asiática, actual Irak), valiéndose para ello de unas tablillas de arcilla, donde previamente se habían grabado los correspondientes signos.
La práctica de la lectura siempre me encantó, pero mucho más ahora, desde que un día no muy lejano un autorrepresentativo jubilado, con motivo de una nota pública, me llamó la atención espetándome: “¿Qué dice aquí?, ¿es que no sabes leer?”. Esa especie de impulso, ese chispazo, picó mi veterano amor propio, haciendo que resucitase en mí tan hermoso hábito medio abandonado entonces. Debo manifestar que se quedó instalado entre mis preferencias contribuyendo a hacerme, sin duda, más feliz de lo que hasta entonces era. Gracias desde aquí a aquel señor al que hace tiempo que no veo y que, para mí, resultó ser un gran maestro, ya que con mínimas palabras contribuyó a tan buena acción lanzándome de lleno en brazos de la señora Lectura. Nunca se lo agradeceré bastante.
Bras, mi amigo y pesado jubilado, hace semanas, cuando ocurrieron los incendios que arrasaron la media España boscosa, nos dejó boquiabiertos dándonos un recital de trabajo de investigación que todos sus compañeros de fatigas manifestamos no conocer, ni siquiera haber oído nunca. Nos estuvo relatando durante unas horas –que, por cierto, pasaron cual minutos- que había terminado de leer un libro de no ficción de un tal Alberto (no recordaba los apellidos, dijo). De su lectura extrajo cosas tremendas. Con ayuda de una chuleta que traía y de su prodigiosa memoria nos fue relatando: “...que a ciertas empresas muy poderosas no les interesaba reciclar energía, aunque el no hacerlo nos obligase a pagarles a nuestros vecinos franceses más de 50.000 millones de euros anuales por la corriente que nos venden, producida en sus centrales nucleares. Curiosamente, nos pasamos la vida aterrorizados por los riesgos de la energía nuclear, prefiriendo pagar tal cantidad de dinero a los dueños de esas centrales situadas al otro lado de los Pirineos y que, a una mala, es como si estuviesen instaladas aquí, a nuestro lado. Que ese autor presentó un proyecto donde demostraba que con el 20% de energía que se pierde en nuestro país, porque se produce cuando no hace falta y no se puede almacenar, se podía aprovechar reciclándola para aplicarla a un proyecto suyo que bien explica y que se amortizaría en un corto plazo. Solucionaría el problema de agua en Canarias y otras provincias de España y mitigaría en gran medida el existente en muchas partes del mundo. En Canarias, toda el agua para uso doméstico es de la llamada embotellada, ya que la del grifo no es apta para el consumo. Que encima esa agua embotellada, en parte, proviene también del grifo que no queremos. Se sabe que es así porque todos los manantiales de embotelladoras de España juntos no llegan para llenar las botellas que consumimos. Al que no quiere caldo... dos platos”.
Y sigue relatando, Bras: “...el autor nos hace ver que reciclando la energía que se pierde podría ser utilizada para bombear agua del mar hasta desaladoras invertidas que transformarían el agua salada en dulce. Esa fuerza que se pierde también ayudaría a subirla, de forma fácil y barata, para su almacenaje en los valles montañosos para, desde allí, volver a utilizarla al tiempo que también la tendríamos a mano, disponible para a abortar los incendios casuales y no casuales que abrasan nuestros montes año tras año...”
Reconozco que Bras nos cae algo pesado, pero como nunca habíamos oído unos razonamientos tan bien explicados, contundentes y desmenuzados, extraídos de una simple lectura, le insistimos para que se enterase quién era el autor de ese libro. Al día siguiente nos lo dijo, lo que nos empujó a acudir en tropel a la biblioteca del pueblo, donde lo conseguimos prestado “Siete vidas y media”, de Alberto Vázquez-Figueroa. Gregorio, el jubilado al que le tocó leerlo el primero, está alucinando. Espero que no sean cosas de un loco, nos dijo, más bien me creo que pueda ser un nuevo Da Vinci.
Anímate, y después de leer LA NUEVA ESPAÑA, léelo tú también, amigo lector, y ya nos dirás. Yo quiero hacerlo también y ya se lo he pedido por carta a los Reyes Magos. A ver si tengo suerte y me lo traen. ¡Bendita lectura!
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