Se cumplen ocho décadas
Ocho décadas pasaron, con sus años, sus meses y sus días, desde aquella fría mañana del 17 de noviembre de 1937 en que un malnacido, ataviado con el ignominioso uniforme falangista, mosquetón al hombro y pistolón al cinto, irrumpe en nuestra casa familiar en Riello (Teverga) para llevarse detenido a Luis, el primogénito de nuestra larga familia. La víctima desayunaba (no diré que plácidamente, pues el ambiente no era precisamente de tranquilidad) cuando el matón dice que se lo lleva para prestar declaración y que en apenas unas horas estaría de nuevo en casa. Nunca más volvería a pisar el umbral de su casa y bien que lo sabía su secuestrador.
A pie, hicieron el largo recorrido hasta el palacio de Entrago, donde estaba acampado el batallón de soldados del ejército fascista, a los que hace entrega del detenido, como si de un trofeo de caza se tratase y suponemos que con las debidas recomendaciones. Allí terminaba la misión del siniestro personaje, lo demás ya estaba escrito.
Cuentan que la mañana era gélida, como gélidos estarían los corazones de mis padres esperando inútilmente el regreso de su hijo primogénito, pues para más inri su siguiente hermano, Manuel, cumplía ya condena en Santander acusado de “auxilio a la rebelión”.
¿Cómo era Luis y cuáles fueron las circunstancias que lo llevaron a tan trágico fin? Dicen de él que era un joven inteligente y amigo del conocimiento, que en la escuela era el “number one”, y eso tampoco le favoreció, pues es bien sabido que la envidia lleva a las más bajas pasiones.
Cuando tiene lugar el levantamiento militar del 18 de julio, Luis cumplía el servicio militar, por lo que, como es obvio, son movilizados al frente en defensa del legítimo Gobierno republicano. Él lo hace en el llamado frente astur-leonés de Ventana, hasta que son derrotados en el otoño de 1937, en que regresa a su casa familiar, no ya como el teniente Pascual (graduación que había alcanzado en el frente, más por sus conocimientos que por su ardor guerrero) sino como el pacífico ciudadano que era. Allí, días más tarde, tiene lugar el secuestro ya relatado, y que después de permanecer unas cuarenta horas en el lúgubre palacio donde acampaba la soldadesca, y donde a buen seguro sería sometido a interrogatorios y torturas, termina fusilado en la parte trasera del cuartel de la Guardia Civil junto a otras tres víctimas, según ciertas referencias.
Sólo faltaría para completar el espeluznante relato darles el nombre y apellidos del verdugo causante de este crimen, pero no lo haré, ni siquiera por sus iniciales, y ello para no herir los sentimientos de sus deudos con los que, paradojas del destino, he convivido tantos años. Aclarar que no era un vecino del pueblo, aunque sí del concejo, y que se trataba de uno más de los varios esbirros que pareciera que rivalizaban entre sí por ver quién de ellos acumulaba más trofeos.
Quiero agradecer a mi sobrina Maribel el esfuerzo mostrado para, al amparo de la ley de la Memoria Histórica, poner un poco de luz en este triste episodio, al haber logrado que un Juzgado dictase sentencia declarando el fallecimiento de Luis en aquellas circunstancias y que su defunción conste al margen de su acta de nacimiento en el Juzgado de Campo de Caso. Pequeño logro, pero que nos dio cierta satisfacción.
Después de cuarenta años de lo que dan en llamar democracia, el Estado español sigue en deuda con esas decenas de miles de víctimas que aún se pudren en las cunetas y barrancos de nuestra geografía, y si bien lo intentó Zapatero con la aprobación de la conocida ley, la llegada de la derecha de nuevo al poder ha frenado las esperanzas de que, de una vez por todas, el Parlamento español reconozca y condene, de manera unívoca e inequívoca, los horrendos crímenes de la dictadura y disponga los medios necesarios para la recuperación de los restos y su identificación. Sólo así lograríamos la paz y la concordia entre esas dos Españas que siguen divididas.
Por eso, cuando hemos tenido que escuchar al Mariano aquello de: “¿A quién interesa ya eso de la Memoria Histórica?”, o a sus cachorros, el Hernando o el Casado, expresarse en similares términos, no hemos podido evitar un enorme sentimiento de rabia, y, sobre todo, asco, mucho asco.
Marcelino Álvarez Pascual
Oviedo
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

