José Viñas, azote de naturalistas
Me veo en la necesidad de hacer unas cuantas puntualizaciones a la carta en esta sección publicada y que firma Don José Viñas, de Oviedo, ya que aprecio incontables aspectos que merecen, cuanto menos, esta respuesta mía.
Hay veces en que morderse la lengua no es ya posible. Esta persona, que tiene por costumbre asomarse por esta sección para compartir su odio por la Naturaleza, muestra a cambio un absoluto y rotundo desconocimiento de ella, es la máxima de los tiempos que corren: no leo, no entiendo, comparto. Es sencillo comprobar que su relación con el campo debe limitarse a lo que se ve a través de la ventanilla del coche algunos fines de semana. O aún menos. Insistir en llamar bestias, alimañas, bichos o monstruos a los animales no agrega más información a lo que dice aunque el lo pretenda. Lo que dice Juan de Pedro, dice más de Juan que de Pedro. Pero vayamos por partes.
Los jabalíes no tienen pitones. La próxima vez que vaya a un restaurante de esos que exhiben cabezas de piezas disecadas insista en que se lo aclaren. Y si no, en internet.
Mezcla todo en la batidora de su bilis, el Seprona no es una organización mafiosa, ni un club de ocio, ni una asociación inútil; es la Guardia Civil, ese admirado cuerpo que vigila según especialidades el tráfico, el narcotráfico, delitos financieros o secesiones varias, o sea, el brazo musculoso de la ley que está, ni más ni menos, para que se cumpla, aquí y en el Baix Llobregat, aunque a muchos no nos guste esa ley y quisieramos ir a doscientos cincuenta por la autopista y sin cinturón, con el brazo por la ventana y con cuatro copas. Un decir.
Y antes de ir a lo subjetivo, que es su mejorable especialidad, lo último indiscutible: el suceso de unos gañanes tirando a un animal por un barranco ocurre, nada menos, en un Parque Nacional, que, le aclaro, otorga la máxima protección posible al medio natural en el territorio que ocupa y que está convenientemente delimitado, señalizado y con numerosos cartelitos que basta con saber leer para entenderlos, y en varios idiomas. Esos incívicos necios no obraron así en un coto de caza o en un parque urbano, protegiendo la vida de una anciana que cruzaba el paso elevado. Más allá de las condiciones del animal resulta que éste se encontraba en un paraje que lo protege a él y cualquiera que vaya a un espacio protegido tiene la obligación de informarse de cuales son sus deberes con respecto a éste. Se lo explico incluso para que usted lo entienda; es como ir al Prado, que es un museo, y hacer una pintada en un Goya "Manolo ama a Noelia". Por lo cual, el acto vandálico tendría aún mayor pecado. No se si lo puedo explicar mejor.
Y ahora a lo subjetivo. Primero el plomizo argumento de que quien ame y defienda a la Naturaleza se contradice si come animales. A ver si es capaz de entenderlo: puede haber personas que consideren que comer otros animales es necesario para vivir y también que matarlos por diversión, para echar unas risas o maltratarlos no está bien. No me parece muy díficil de entender, ni siquiera para alguien como usted.
Tampoco entiendo ese contra todos, ese configurar un frente total de todos los que tengan perro, gato, lleven coleta o simpaticen con Greenpeace como si anidara un sentimiento único al estilo de una colmena, sin capacidad de discernimiento. ¿Pero qué peliculas ve usted, alma de Dios?
Resulta que a usted, señor Viñas, le raspa que se haya hecho una suerte de condena popular sin manejar más pruebas. Condena no hay, caballero, lo que hay es una comprensible indignación porque las imágenes cantan. ¿Tanta alarma de que se opine de algo? Y lo dice usted, que no para de opinar de todo, eso es lo asombroso, que considera que los ecologetas, palabra que esgrime con tanta frecuencia como desprecio, comen marisco a todas horas y quieren un campo lleno de monstruos salvajes para que se zampen a los niños de los pobres ganaderos. No, caballero, pocas veces el juicio popular estuvo tan avalado, hay imágenes que señalan inequívocamente a los malhechores despeñando a un animal. Lo que hubiera ocurrido inmediatamente antes es irrelevante. Si el animal apareció por ahí no es porque haya una sobreprotección para fastidiar a los pobres labriegos, insisto en recordar que ese paraje es parte de un espacio bien regulado, por técnicos que saben de esto mucho más que usted y que yo y ese jabalí habría seguido su camino si le hubieran dejado, a buen seguro.
Le voy a contar algo, que a quienes piensan como usted les va a resbalar pero que es una sencilla verdad. Recorrí una región de Canadá a pecho descubierto, por así decir, sin coche ni armas. Me crucé en ocasiones con osos, que allí tienen el tamaño de una vaca y están considerados animales extremadamente peligrosos. ¿Y sabe lo que pasó? Nada, se lo repito; nada. Bastaba con mantener una prudente distancia y desviar el camino si era necesario. Porque, amigo Viñas, los animales tienen la costumbre de ir a lo suyo si no se sienten amenazados, igual que un tipo de Valladolid o una señora con anorak y suelen ser conscientes de que el animal más peligroso con el que se van a cruzar camina erguido a dos patas y zapatos. Un grizzly no es más peligroso que una excavadora, incluso en Canadá éstas matan a más gente que los osos. En ambos casos basta con mantenerse prudentemente alejado de su radio de acción. El jabalí que apareció en el camino del Cares hubiera encontrado escapatoria de habérselo permitido, cosa que a todas luces no sucedió. Lo arrinconaron y mataron despiadadamente, valiéndose, entre otras cosas, de que no era un verraco alfa o una madre con rayones, sino un individuo débil, enfermo o herido, del que no tuvieron compasión, ese rasgo aparentemente tan humano, unos gamberros que sobran en cualquier espacio natural.
Y por acabar; eso de que cualquier animal está por debajo de cualquier ser humano, me da que pertenece a un ámbito de debate cuyas sutilezas no es por el momento capaz usted de alcanzar. Todavía.
José Luis Peira, Oviedo
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