El soberanismo de la Iglesia Omella
Del Califato Omeya de Córdoba, disgregado en reinos de taifas, al desagradable fato de la catequesis soberanista del territorio diocesano Omella hay una distancia de diez siglos, percibidos como preparación teologal para la praxis del dogma separatista. Poca cosa en la cansina evolución de la Iglesia en general y catalana en particular. Probablemente hagan falta otros diez para que el olfato secesionista desvanezca y se imponga la razón del bienestar social. Para entonces todos calvos, incluso Puigdemont.
Más curas y menos monjas, a juzgar por la fecunda relevancia mediática de unos y otras, abogan por un estado catalán libre de las garras del "imperialismo" español. Difícil de entender tal actitud política, que no evangélica, dentro de una supranacionalidad europea y la concepción universal de la propia Iglesia. Tampoco el templo de Cristo escapa a las miserias humanas de la territorialidad étnica, a la tentación independentista asentada sobre creencias supremacistas contrarias a la fe católica. Aquí, la manzana separatista viene disfrazada por la promesa bíblica que ofrecía al creyente ríos de leche y miel. La construcción de otra nación santa dirigida por el Moisés de turno, siempre fiel a la herencia genética.
Pero el camino del éxodo hacia la tierra prometida no está franco de penurias y sinsabores, el precio de la emancipación siempre resulta caro. La conciencia de unidad étnica y cultural trabajada durante decenios desde todos los estamentos públicos catalanes, supuso un gasto adicional traducido en peores servicios sociales y un empobrecimiento paulatino del pensamiento crítico. La construcción de la república católica catalana le costaría al contribuyente un diezmo demasiado alto. Los efectos, a corto plazo, son de una sangría económica que podría conducir a la desestabilización política y social y la armonización tardía a la melancolía. Aunque a la Iglesia catalana, siempre condescendiente con la falsedad discursiva secesionista, le faltarían homilías para echarle la culpa del descalabro socioeconómico a los siglos de dominación españolista. De alguna forma habrían de tapar sus malandanzas y el olvido crítico sobre la corrupción política en su país. Y mientras, Pablo Iglesias, rodeado de seudociegos interesados en no ver al rey desnudo, sin enterarse.
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