El azote de los formalismos
Hay ocasiones en que la burocracia va por delante de la didáctica. Y esto es terrible. Quiero referirme al contratiempo que he tenido cursando prácticas en un máster de formación del profesorado. Cuando fui a consultar las calificaciones de septiembre creyendo haber superado la asignatura tras presentar un documento prescrito en nuestros estudios, me encuentro con la desagradable sorpresa de que me había olvidado de cumplimentar otro informe, concerniente al periodo de prácticas en el centro educativo.
Este prácticum segundo consta de dos grandes bloques: uno de trabajo individual con profundización en la didáctica y otro presencial desarrollado en un centro educativo y con impartición didáctica.
En cuanto a lo presencial, tuve la suerte de asistir a un centro educativo con estupendos profesionales, quienes estuvieron a mi entera disposición para mi periodo de prácticas.
Además de un tutor, llamado por la UNED “profesional colaborador”, conté con otro profesor de mi especialidad, que, dicho sea de paso, era el secretario del centro. Junto a la tutora asistí a Educación Secundaria Obligatoria y con el secretario a Bachillerato y ciclos formativos. Cuando consulté al coordinador general de Madrid sobre el número de mis jornadas de impartición me dio las instrucciones para trabajar en una sola clase; como mi tutora responsable daba a dos primeros decidí doblar mis jornadas lectivas; además, aprovechando mi asistencia a Tercero, impartí dos clases sobre cuestiones lingüísticas complementarias. Respecto a mi labor en las clases del secretario fueron tres jornadas lectivas: dos en Bachillerato y una en ciclos formativos (esta última tuvo la peculiaridad de ser el día de mi presentación dado que el docente hubo de ausentarse por prioridades administrativas).
Para resumir, fue un periodo instructivo y estimulante con detalles como alumnos que reprochaban a compañeros suyos que no se callasen para que yo empezara la clase o las palabras de ánimo que recibí ante mis jornadas lectivas. Ante la incertidumbre, el miedo y la inexperiencia que a veces suponen una presión psicológica para el profesor en prácticas fui explorando en mi fortaleza para seguir adelante: la fórmula es obrar con la mejor intención y la máxima honestidad dando a todos los alumnos las mismas oportunidades, valorándolos como personas en su evolución diaria en las jornadas lectivas. Añado las adversidades a que debí hacer frente: ir a una rehabilitación al hospital una vez a la semana (lo que me obligaba a salir y volver al colegio presurosamente) y recorrer calles y avenidas anegadas una mañana de diluvio en mi coche (mi temple y mi confianza me permitieron llegar a mi clase).
Cuando en septiembre vi en mi correo la relación de todas las calificaciones, la de la tutora, esto es: el profesional del centro colaborador, era un sobresaliente, lo que me ha hecho ver los frutos de mi dedicación, constancia y seguimiento.
Sinceramente, me indigna que la falta de un informe donde debo narrar a modo de síntesis lo que pretendía realizar y lo logrado en el centro educativo es una auténtica desaprensión. Una asignatura titulada “Prácticas” debe dar prioridad a lo académico presencial frente a lo burocrático individual. Subrayo aquí mis circunstancias particulares: haber doblado horario con mi unidad didáctica en primero de ESO, trabajar junto a otro docente (no obligado a evaluarme) y afrontar severas dificultades.
Me hago cargo de lo que supone un hecho tan absurdo en la vida académica como una calificación, que no siempre refleja los verdaderos aprendizaje y formación de un alumno. Por eso, estoy convencido de que mi periodo en el centro educativo ha merecido la pena, y lo más importante es que yo soy el responsable del aprendizaje de ciento cuarenta alumnos. Son los alumnos los auténticos protagonistas y quienes tienen autoridad para valorar y, si llegare el caso, exigir.
Marco Antonio Molín Ruiz,
Huelva
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