Ley de la correspondencia
Antes de haberme enterado de la aseveración del amigo Hermes, de que toda la información sobre un hombre se podía encontrar en una sóla gota de su sangre, ya estaba yo convencido de que, para comprender lo más grande no es menester autoprocurarse el coñazo de analizar lo más grande, siempre hay un símil de proporciones adecuadas para ser analizado por tu simple sentido común. La cuestión, pues, es, según el propio, más que el tamaño del objeto a analizar, el tamaño de tu sentido común.
De ahí que sintetice en dos figuras definitorias, simples, fáciles de entender y, sobre todo, contentivas de una carta al director, este enorme pluriprostíbulo nacional.
La derecha. El Gobierno. Una doctrina zen.
¿Y qué es el zen?, le pregunta el acólito al maestro. Y el maestro, que por supuesto tiene respuesta para todo: "El zen que puede describirse con palabras no es el zen verdadero".
Toma castaña. Rajoy, una, sumamente desafortunada, reencarnación de Lao Tse, en estado puro.
La izquierda. La oposición. Una doctrina de Atila.
¿Y cual es la doctrina de Atila?: Por donde pase mi caballo no volverá a crecer la yerba. Así. Sin anestesia, tapujos ni paliativos.
El Gobierno, esperando sentado a ver cuando pasa el cadáver de su enemigo.
La oposición, soplete en ristre, desguazando todo lo que se le ponga por delante.
El pupas, ajo y agua.
Marino Iglesias Pidal, Gijón
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