Nuestro reencuentro feliz de todos los años
Los escolinos de Soto de Ribera que nos encontramos en una franja de edad comprendida entre los 75-55 años nos hemos vuelto a reunir, como siempre, el último sábado de noviembre.
Esta emotiva iniciativa comenzó a andar cuando dos amigos, el compañero Juan Antonio –que, lamentablemente, no está entre nosotros– y yo mismo –residente en Madrid– nos encontramos por casualidad cuarenta y cinco años después. Nos sentimos tan bien aquella tarde hablando durante horas sobre el discurrir de nuestras vidas, que sentíamos que aquello tuviera que acabar. De repente sugerimos, casi al unísono, ¿por qué no organizar encuentros periódicos entre todos los que éramos niños por aquella época?
Dicho y hecho. Juan Antonio, un hombre muy apreciado por el vecindario, fue divulgando la idea y consiguió movilizar a más de cincuenta personas. Y así esta iniciativa empezó a andar con firmeza. Pero una cosa tan bien organizada y llena de contenido no hubiese llegado a buen puerto sin la inestimable colaboración y saber hacer de Marimar Suárez, alcaldesa hace años –persona inteligente, cordial, con una sensibilidad nada frecuente– que es la que prácticamente ha llevado el peso, tanto organizativo como de recogida de material, organizando exposiciones y reconstruyendo la memoria del pueblo, a base de fotos y testimonios directos de los mayores. Si en nuestro concejo hubiera algo así como un “cronista local”, nadie dudaría de que esa encomienda recaería en ella.
Durante estos años se ha ido elaborando un material sobre el pueblo y sería deseable que nuestro Ayuntamiento, el tercero con más ingresos del Principado, se decidiera a apoyar su futura publicación. No hay muchos motivos para el optimismo, si tenemos en cuenta que este año ni siquiera hizo acto de presencia en la comida, como en ediciones anteriores, donde ofrecía algún detalle para que lo sorteáramos entre los asistentes. Ojalá esta ausencia sea achacable a un despiste o descoordinación. Si así fuera, no tendríamos el mínimo problema en disculparlo.
El dicho clásico de “primero vivir, después filosofar” lo cumplimos al pie de la letra. Todo el acto se organiza alrededor de una suculenta comida, que nos prepara el entrañable Joaquín, a la cabeza del restaurante Lobato, que desde siempre se ha esmerado en tratar con cordialidad a los clientes y que observa escrupulosamente la máxima de la relación calidad-precio. Tomen nota del nombre de dicho local.
Las cuatro horas que coincidimos nos dejaron tan buen sabor, que todos nos despedimos con la alegría de saber que el próximo año nos volvemos a encontrar. La posibilidad de hablar relajadamente sobre nuestras cosas es algo que todos necesitamos cada vez más.
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