El segundo documento del Foro Gaspar García Laviana
Dice un tío mío que «antes de pensar hay que pararse a pensar». Y dicho sea con todos los respetos, ese espacio de reflexión que quiere ser, según su propia manifestación, en ese foro, en mi modesta opinión, están pensando demasiado y ofreciendo públicamente sus opiniones sobre temas cuya importancia y, sobre todo, cuya repercusión puede ser mal interpretada sin «pararse» previamente a pensar en ello.
Quiero manifestar, ante todo, que estas letras no pretenderían ser una expresión de «corrección fraterna» (Lucas, 18, 15-17) dirigida a los sacerdotes del Foro Gaspar García Laviana» –en adelante, el foro–, a la que, con todo respeto, tendría derecho evangélico, si bien humildemente estimo que no soy la persona idónea para ello ni que un escrito a través de un medio de comunicación sea la vía adecuada; pero, aun con esas limitaciones , dado que tanto la presentación del foro como los dos artículos escritos se han hecho públicos a través de la Nueva España, entiendo que sus autores asumen las reflexiones críticas que puedan producir –diría que es su intención–, entre ellas, la mía, siempre que su ánimo sea constructivo, lo que me empuja a redactar estas líneas desde una discrepancia dentro de la caridad fraterna.
Dicho esto, el segundo documento vuelve a incidir en desacuerdos, esta vez con las que denominan «manifestaciones multitudinarias» de la Iglesia, apuntando indirectamente su crítica al Arzobispo –no recordando quizá que son cooperadores del orden episcopal a fin de cumplir debidamente la misión apostólica confiada por Cristo (decreto «Presbyterorum ordinis», 2)– como promotor de la consagración de Asturias al Sagrado Corazón de Jesús, realizando una comparación absolutamente inapropiada, a mi juicio, con el conocido como «nacionalcatolicismo» y mostrando su preferencia por la actitud de la Iglesia «débil y temerosa» en su interpretación de 1.ª Corintios, 2, 3. Sin perjuicio de que San Pablo se presenta a los corintios «débil y temblando de miedo» como «… demostración del poder del Espíritu para que vuestra fe no se fundase en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios…» (1.ª Cor., 2, 4-5), lo que, evidentemente, cambia totalmente el significado de la frase que conecta con la Revelación a los sencillos y no a los sabios y poderosos (Lucas, 10, 21-24), las celebraciones y actividades comunitarias de la Iglesia (que formamos todos los católicos) no constituyen sino una manifestación pública del grito paulino «¡Ay de mí, si no evangelizase!», del «brillo» de la luz ante los hombres como glorificación del Señor (Mt., 5, 16) y ocasión de «… anunciar a Cristo con la palabra… y a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa…» (Decreto sobre el Apostolado de los Seglares, 6, Concilio Vaticano II), y justamente lo contrario de lo que pretenden los que quieren ver reducida la acción de la Iglesia al ámbito particular o privado. Y que, naturalmente, no está reñido, ni mucho menos, con el apostolado de la amistad, de la proximidad, como determinados carismas eclesiales muestran.
Por supuesto que ello no tiene nada que ver en absoluto con la utilización política que el régimen franquista realizó, más que de la Iglesia Católica, de la jerarquía de la misma, pero en un contexto histórico que hay que analizar para explicar –que no justificar.
Ciertamente la Iglesia –todos nosotros– debe ser consciente de los tiempos que vivimos y de los instrumentos de los que nos podemos valer (entre los cuales están, indudablemente, los medios de comunicación e internet). Por ello entiendo que –y muchas personas creo que estarán de acuerdo con ello– la presencia de don Carlos Osoro en la diócesis de Oviedo en estos momentos ha sido y es una bendición de Dios, abordando una necesaria reevangelización de nuestra región, absolutamente imprescindible ante la pasividad intelectual y moral de la sociedad, labor en la que afirmo, con todo respeto, que ustedes deben apoyarlo, rodearlo y obedecerlo (n.º 7 del decreto precitado). Y qué mejor signo público para ello que consagrar Asturias a Nuestra Patrona, conmemorar nuestra historia –no hablando de poder, sino de la conformación de nuestra patria– y fomentar la oración por medio del icono de la Santina (comenzando con los jóvenes, con el encuentro mensual que mantiene don Carlos para rezar), arma, esta sí, de imprescindible empleo para el cristiano, y arma que, me temo, no ha sido suficientemente destacada por los miembros del foro
Ustedes, como sacerdotes, conocen y deben manifestarlo así que la Iglesia, «el Cuerpo Místico de Jesucristo», somos todos los cristianos, y personalmente opino, y lo digo con todos los respetos, que antes de iniciar una crítica pública epistolar quizá fuera necesario apurar otras vías, comenzando, tal vez, por realizar un ejercicio de autocrítica, pues, por la edad y situación de la mayoría de los miembros del foro, son de los sacerdotes que han vivido el abandono de muchas vocaciones sacerdotales (desde el período de formación en el Seminario) , el enfriamiento de la fe de sus fieles, la falta de formación y «reciclaje» de los cristianos laicos y la tibieza en la presencia del católico en la vida pública. ¿No tienen ustedes ninguna responsabilidad en todo ello?
¿No convendrá «pararse a pensar» antes de pensar?
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