Con Teddy Bautista perdí la virginidad (judicial).
La única invitación a pisar un Juzgado que recibí en mi vida llegó a mis manos esposada a la SGAE y con una conciliación judicial adosada, tras dos años de tiras y aflojas con una inspectora a comisión, con chapita en la solapa. Ella insistía en que firmara un contrato que nos uniera para siempre, y yo me negaba a firmar nada que no pudiera consultar antes con un asesor jurídico. Nunca me lo permitió, así que hubiera dado lo mismo que se tratara de un contrato con la SGAE, una herencia millonaria o mi ingreso en Guantánamo. Aseguraba amenazante que mi obligación era firmar, y su labor la de cobrarme un impuesto para el Estado que me facturarían trimestralmente. Absurdo. ¡Absurda! Llevo años pagando a Hacienda y jamás me han enviado una factura, para luego desgravar el IVA del IVA. En fin, que me tomo por gili, y tal vez lo sea. En el Ministerio del Cultura despacharon mi llamada con bastante desconcierto, ante mi exposición de la situación, y un amable: La SGAE es una asociación que nada tiene que ver con los organismos del Estado. Acudí al acto de conciliación vestida con todas mis ansias de justicia y mi traje más sobrio, en un intento vano de infundir ¿respeto? y salvaguardar mi ¿dignidad? Al final, acorralamiento por su parte, bajada de pantalones por la mía y rúbrica al canto. Puedo jurar que de tener todo el tiempo libre del mundo, dinero saliéndome por las orejas o un título de abogado colgado en la pared del salón, me hubiera enfrentado a la SGAE hasta el Constitucional, el infinito del Tribunal Europeo y más allá. No cumplía ninguna de esas tres condiciones, así que desde entonces tengo la sensación de estar pagando un «impuesto revolucionario» y miro con desconfianza a cada mujer, con carpeta en la mano y chapa en la americana, que entra por la puerta de mi cafetería, no vaya a trabajar para otra asociación de autores dispuestos a llevarse un trozo del pastel, que haberlas haylas. Nadie me ha explicado si tengo derecho a un rappel por escuchar autores ajenos a la SGAE ni si hay composiciones en oferta. De hecho, llevo cinco años pagando y no he recibido ninguna factura. Eso sí, cada vez que llega el extracto del banco y leo las siglas del demonio, mi úlcera ruega clemencia, y no puedo evitar acordarme de Teddy Bautista de forma nada romántica. ¿Rencoroso corazón que ni perdona ni olvida? Quizá, pero arrieritos somos y en los derechos de autó(r)nomo nos encontraremos.
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