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Los vagabundos de las estrellas

4 de Febrero del 2010 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Leo en la prensa que una atractiva mujer del mundo del cine ha solicitado a su no menos atractiva pareja una relación abierta. Luego, ¿qué queda?: amor en libertad, hijos, y el compromiso (supongo) de acudir a la primera llamada de auxilio. La otra parte, dicen, se vino abajo en su autoestima. Con su autoestima deshecha contactó con su ex (otra estrella que, en mi opinión, es aún más bella) y puede suponerse que despechado, o en busca de un tiempo pasado, o simplemente porque no encontró sitio mejor al que acudir. Enseguida las almas caritativas no tardaron en contar a todo el mundo ese encuentro con la ex. La legítima, por su parte, rápidamente declaró: La fidelidad no es lo fundamental en unas relaciones de pareja. Esta declaración no alivió precisamente cualquier posible complejo de culpabilidad en él, pero, a su autoestima en coma, se puede suponer que le sonó a exequias y repique de difuntos.

A mí todo esto me suena a evolución y etología. El caso es que no hemos progresado mucho desde ese antepasado común que tenemos con el gorila de lomo plateado, y desde esa vida en manada con los oportunos y rápidos coitos robados a espaldas del macho dominante. Me pregunto: ¿existirían los inuis si no estuviesen acostumbrados a reír en sus encuentros ocasionales facilitando la distribución equilibrada, fifty-fifty, del cromosoma (X) y del cromosoma (Y) por medio del viajero cazador de focas? Esto pone en evidencia la funcionalidad del cromosoma (Y): esa parte testimonial que se pasa únicamente de padres a hijos convirtiendo al macho en un cartero y un vagabundo.

Ésta, parece ser, es la única funcionalidad hacia el exterior del macho, porque las otras están motivadas por ese papel que él mismo se impuso como defensor de las mujeres de su clan que, de servidor, trastoca y asume como propiedad y a su servicio. Una defensa motivada porque el clan dejaba pocas opciones a sus hijos varones cuando eran expulsados (para alejarlos de madres y hermanas) convirtiéndolos en vagabundos guerreros en busca de una manada propia. Si triunfaban se convertían en lomos plateados. Aunque la mayoría fracasaba, y debían convertirse en oportunistas que iban de manada en manada hasta que, cansados y convertidos en monógamos y si podían atesorar el botín de una hermosa pareja, volvían a su manada materna con sus hermanas (y era entonces cuando en ocasiones se armaba la de Troya), o sino, seguían de manada en manda mientras el lomo plateado se hacía el tonto y les consentía relaciones monógamas con la más fea. Pero no se engañen con pensamientos machistas, la realidad es que lo que se distribuye y triunfa por éste, y cualquier otro mundo posible del planeta de los simios, no es el estéril cromosoma (Y) sino el productivo y reproductivo cromosoma (X) que porta el oportunista vagabundo convertido en mensajero de su madre. Un cromosoma capaz de engendrar vida y, por tanto, de perpetuarse en otras muchas manadas. Triunfa ese mediocre perdedor que como vagabundo, con sus coitos oportunistas, distribuye el cromosoma (X) con éxito. No triunfa el dominador anclado a su manada, es más, se produciría el mayor de los fracasos si dejase como heredero en su propia manada a un hijo suyo. Ahora bien, si el lomo plateado no defendiera su manada: ésta no existiría; y si no hiciese trampas y mirase para otro lado cuando el oportunista camela a una de sus hembras: tampoco hubiese triunfado la humanidad.

Los tiempos están cambiando y el conocimiento de estos hechos y el avance de la biología sentenciarán algún día que el macho será prescindible y el cromosoma (Y) será finalmente postergado. Los entes reproductivos (XX) engendrarán sus embriones (XX) en empresas biológicas de emparejamiento, distribución y comercialización libre (o sujeta a la más inoportuna dictadura dominante).

Ante estos posibilidades surgen preguntas: ¿podremos ser tan racionalmente especialistas tecnológicos como para encaminarnos al éxito de este fracaso?, o en cambio, permitiremos que el mediocre macho vagabundo continúe con su caótica distribución de éxito; o... ¿Por qué no nos comportamos como una manada de iguales, libres, equidistantes, y bien cohesionados en la liquidaridad? Lo cierto es que los hombres tenemos un lado femenino, mientras que las mujeres carecen de cualquier rasgo masculino. Salvo que, interesadas, copien tal actitud. Vigilen pues las mujeres, no vayan a pasarse copiando.

Somos un 80% agua (la materia más abundante en la superficie de la Tierra) y el agua es sólo un estado inestable del H2O en esa franja de temperatura que va desde 273º K a 373º K en la que puede existir. Una franja minúscula (una singularidad del planeta Tierra) que separa al sólido hielo (con su solidaridad capaz de golpear) del vapor de agua (con su gaseosaridad inconsistente). Además, en tan sólo una fracción de esa minúscula franja, puede existir la burbuja de estabilidad en la que se es capaz de mantener la vida humana sin complejas protecciones. No, no debemos jugar con esa franja de temperaturas. Pero ése, es otro tema. ¿Seremos capaces de colonizar las estrellas y vagar por ellas? O lo harán nuestras criaturas no biológicas cuando sean capaces de reproducirse a sí mismas y de sustituirnos en nuestro trabajo. Entonces, ellas, habiendo prescindido ya previamente del macho, serán sus diosas y conductoras. O ocurrirá por el contrario que las máquinas, siguiendo su mismo modelo de comportamiento y conducta, se rebelarán y prescindirán también de la biológica hembra, al perder ésta la autonomía reproductiva por dejarla en sus manos y tecnología.

Así que, ahora que ha estallado la burbuja inmobiliaria, veremos si somos capaces de la necesaria liquidaridad. Toda una singularidad en los límites de las necesarias reformas.

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