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Un cuento de cuentas: la jubilación

13 de Febrero del 2010 - Matilde Suárez Suárez (Ortiguera (Coaña))

Hasta hace pocos días yo hacía las cuentas de la lechera; hice mi plan de pensiones para llegar al día de la jubilación con más holgura. Más que holgura, me valdría para cumplir algún pequeño capricho. Yo hacía recuento de mi vida laboral, de mi salario y con ello de mi futuro; mientras, nuestros gobernantes se inventaban otros cuentos para contarnos sus cuentas.

Este cuento que nos cuentan no tiene gracia. Aumentan la edad de jubilación y nos tratan de vender la moto diciéndonos que es que gozamos de buena salud y que la expectativa de vida es más larga. A mí no me importaría llegar como estoy ahora a los 67 años; pero yo sé que por mucho que me cuide la Naturaleza sigue su curso, y ellos también lo saben, y supongo que jugarán con esta baza porque, mal que nos pese, algunos irán quedando por el camino. Y ésos ya no cobrarán, no pedirán, no gastarán medicinas.

Pero los que quedemos, porque tengo pensado ser una de ellos para coger mi parte de pensión, estaremos con achaques ¡si ya los tenemos ahora! Empezamos a ser viejos y tratan de hacernos ver que somos jóvenes. El año en que nacimos va a ser el castigo aumentado en meses de trabajo, como si fuéramos delincuentes

Toda esta generación entre los años 1946 y principios del 1960 anda rondando el medio siglo. Y a estos años a nadie le resulta extraño algún dolor de rodilla, el juego de la cadera, la artrosis en las manos, el reuma, la presbicia, algunos problemas en la audición, la menopausia, la próstata, etcétera. Claro que no todo el mundo los tiene todos, porque sería imposible, pero contar con dos es tan fácil como aumentar en años. Y si rondando la cincuentena ya llevamos gafas para ver de cerca, algunos toman pastillas para la tensión, el colesterol, no falta quien tiene tratamiento y va a rehabilitación por problemas con los huesos, amén de medicarse para que sus articulaciones no se resientan... Con más años, más achaques

Si Dios no lo remedia, de aquí a la jubilación envejeceremos un poco más. Si encima nos la retrasan, la cosa no va a tener mejor pinta; seremos lentos, estaremos más gordos y nos costará doblarnos, por lo que quizá tengan que ayudar a más de uno a atarse los cordones; y entre la fatiga, los callos, las caídas por falta de equilibrio, la sordera, sin dejar de lado la pérdida de memoria que nos hará dar más de un paseo en balde por no recordar adónde vamos ni a qué, en los hospitales habrá verdaderas peleas entre celadores y auxiliares por ver quién aprovecha un rato la cama del paciente que va a pasear, porque no cabe duda de que los más achacosos serán ellos, los de la clase baja.

Ni que decir tiene que ciertas profesiones son totalmente impracticables a los 67 años.

Con un montón de viejos no subirá la productividad, pero tampoco dejaremos los sitios libres para que los ocupen las generaciones nuevas.

Parece un cuento, pero no da risa. ¿Desde qué sillón están viendo la vida nuestros dirigentes? Si tuvieran a bien pasarse algún día por los distintos lugares de trabajo, se darían cuenta de que no todas las ocupaciones desgastan tan poco como las de ellos, y que lo que ellos despilfarran en caprichos podría ser aprovechado por muchas familias para tener una vida digna sin las carencias mínimas.

En las próximas elecciones deberíamos darles el voto de castigo; dice Daniel Montero Bejarano, en su libro «La Casta. El increíble chollo de ser político en España», que son mas de 80.000 políticos. Pues que se voten entre ellos; se pueden votar y rebotar, pero yo no tengo pensado malgastar ni un minuto mío en darles el placer de pensar que creemos en ellos.

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