Esa planta séptima
El pasado 19 de noviembre, falleció mi madre a los 69 años de edad en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), tras cuatro años de lucha contra el cáncer y después de un mes de hospitalización en la séptima planta de oncología.
Fue duro, muy duro, y cualquiera que haya pasado por ello sabe de sobra lo que se siente: es una mezcla de rabia e impotencia que uno no sabe muy bien cómo gestionar en esos momentos pero que, sin embargo, hay que hacerlo, porque la vida sigue y nosotros en ella.
Hoy se cumplen tres semanas desde aquello y sólo con la serenidad que aporta la distancia en el tiempo, aunque sea poca, del citado acontecimiento, me he atrevido a asomarme al ordenador y reunir la valentía para escribir estas líneas de agradecimiento; ¿de agradecimiento?, sí, señoras y señores, de agradecimiento a todos y cada uno de los miembros de la sanidad asturiana, pero muy en especial a esa planta séptima del HUCA que acogió a mi madre durante un mes y a mí en muchísimas noches que allí pasé; esa planta séptima que logró que, en la medida de lo posible, tanto yo como mi familia nos sintiéramos como en casa dentro de la gravedad de las circunstancias; esa planta séptima que trató a mi madre con una ternura y cariño que trascendían con mucho sus obligaciones profesionales; esa planta séptima que concibe el trabajar con enfermos de cáncer como algo más que una profesión, más bien como un servicio a los demás.
A todos los que se quejan de la sanidad, sólo quiero decirles que, evidentemente, todo es mejorable y muchas cosas se deberían cambiar; pero también les digo que deberían sentirse muy orgullosos de los grandísimos profesionales que trabajan en ella, de su dedicación, de sus valores humanos, de su empatía, de su saber estar; pero sobre todo del cariño que yo vi durante un mes que mostraban a mi madre y al resto de enfermos en esa séptima planta del HUCA, cariño que provenía de todos los estamentos desde médicos a limpiadoras de la planta, pasando por auxiliares y enfermeras.
Honestamente, nunca podré olvidar a todas esas personas que entre el 13 de octubre y el 19 de noviembre de este año trataron a mi madre casi como si fuera la suya propia, creedme que os llevo a todos en el corazón y que para mí siempre seréis aquellos que hicieron de los últimos días de mi madre algo más liviano y agradable, lo cual excedía vuestras obligaciones, pero aun así lo hicisteis con gusto y siempre os lo agradeceré.
Eternamente agradecido, Ignacio Fraile Laviana y familia.
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