Miedo a los concejales
Asistimos estos días a un debate abierto sobre la democracia y el respeto a las opiniones ajenas con motivo de la denominada “cuestión catalana”. Sin embargo, en nuestro entorno más inmediato, la democracia y el respeto al ciudadano se ven cada día vapuleados por la irreflexiva, antidemocrática y autocomplaciente idiosincrasia de algunos de nuestros cargos electos. Hoy, sin ir más lejos, un concejal de un pequeño pueblo de este Principado, gobernado por el PSOE, ha tenido la desfachatez de decirme en voz alta –y sin el menor sonrojo– que “en cuanto el Ayuntamiento nos daba algo, nosotros ya no sabíamos parar de pedir”; y, para rematar el comentario, aclaró que lo que se reclamaba que se hiciera no se iba a hacer “porque él no quería”.
Dos cosas revela este comentario: la primera, que el concejal en cuestión carece de recursos argumentativos y apela a las falacias más ramplonas para justificar sus premisas; y la segunda, y más preocupante –con serlo ya la hondura de pensamiento de este representante público–, que en el siglo XXI, en una democracia occidental, un concejal electo de un partido “de izquierdas” considera que los ciudadanos que le han votado son súbditos a los que “graciosamente” él decide otorgar o no un “regalo” según el criterio más déspota de todos los posibles: su propio gusto –el del concejal, digo.
Así que, cuando vayan a votar en las próximas elecciones locales, recuerden que puede ser que quienes van en esas listas no consideren que tienen un mandato representativo de los ciudadanos que les votamos y que, por lo mismo, olviden que están a nuestro servicio y obligados a preguntarnos, consultarnos y escucharnos para poder gestionar mejor el bien común (y aún decidir cuál sea éste). Recuérdenlo, y no cometan la torpeza de dejar en sus manos la gestión de ese “bien común” (el suyo, el mío, el de todos).
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